Doña Ayuso, la intrépida neopresidenta del paraíso fiscal de Madrid, ha hecho un viaje de misiones en tierra de infieles para adoctrinar al empresariado catalán, que es como decir el empresariado español por antonomasia. La misionera ha marcado la línea que separa el bien del mal, ha amonestado a los empresarios independentistas y ha exhortado a los que no lo son, o no lo parecen, para que colaboren/compitan con Madrid, ahora que, al parecer, el naufragio del bréxit va a traer a las costas españolas arcones llenos de oportunidades de negocio envueltas en la desgarrada bandera de la Union Jack.
El amigo Quirón se preguntaba en el café de media mañana qué demonios podría enseñar la indocumentada doña Ayuso a la clase social que tiene entre sus ancestros a traficantes de esclavos y ha mantenido durante tres décadas a don Pujol y familia. ¿Qué triquiñuelas para la optimización de los negocios puede enseñar una mensajera que procede de las mamandurrias del poder político madrileño y cuya vicaria experiencia empresarial se resume en la quiebra de una empresa familiar, el impago de un crédito arrancado a una financiera semipública en la que ella tenía mano y en un presunto alzamiento de bienes? Los catalanes creen que Madrid es una cueva de ladrones, ¿no tenían en el pepé a nadie más apropiado que doña Ayuso para dar lecciones de liberalismo y mercado abierto?
El pepé en Cataluña está más solo que la una, literalmente, porque la una tiene nombre, doña Cayetana, y en Madrid, aunque son más, no están mejor, así que la neopresidenta, con la característica intrepidez que ha aprendido de su mentora, doña Aguirre, no ha escurrido el bulto. El objetivo de la misión es fácil de entender: se trata de separar al independentismo de sus fuentes de financiación y también de legitimación social. La estrategia es: si los catalanistas se quedan sin empresas, se rendirán. Hay dos malas noticias que obstaculizan este objetivo. Los empresarios saben que tendrán que convivir con el independentismo por mucho tiempo, y segunda, y más importante, una mayoría de catalanes, aunque no sean independentistas, cree que es el modelo capitalista de Madrid el responsable de los males de la patria. En la transformación habida en las últimas décadas hacia una economía financiera, Madrid se ha llevado todos los triunfos, a la vez que el poder central ocupado por el pepé negaba a Cataluña recursos (corredor mediterráneo, ferrocarril de cercanías, etcétera) para potenciar la suya.
Los impuestos, o mejor, su eliminación, ha formado parte de la homilía. Doña Ayuso alardeó de que su comunidad tiene los impuestos más bajos de España después de veinte años de rebajas constantes. Descartó la armonización fiscal y exhortó a las demás comunidades autónomas a ser creativas para competir en el mercado global, obviando la evidencia de que los catalanes ya habían hecho un ejercicio de creatividad persiguiendo la independencia, después de que el gobierno del estado les negara el pacto fiscal que les hubiera permitido bajar sus propios impuestos. Dicho lo cual, la misionera recogió sus papeles y fuese y dejó a los empresarios catalanes rodeados de independentistas: el camarero que les sirve el café, el chófer que les lleva a casa, el secretario que les pasa a limpio las actas, la cantante del Liceo que les embelesa, y por ahí seguido.