Los británicos han elegido una opción resolutiva. Alguien que les saque de una vez del cepo del bréxit en el que ellos mismos se habían metido, y que lo haga definitivamente. Una nueva vida le espera a la union jack, o lo que quede ella. El mundo parece funcionar de acuerdo con la siguiente secuencia: uno) el sistema socioeconómico se ha vuelto disfuncional; dos) en las clases altas, que perciben cómo se tambalean las bases que sostienen su poder, se produce una reacción populista, que consiste, no en reformar el sistema sino en despojarlo de sus convenciones y contrapesos para que las fuerzas económicas que lo zarandean puedan operar con mayor libertad, libertad absoluta, de hecho, y tres) elegir al ejecutor de esta encomienda en un personaje cuanto más cínico y mentiroso, mejor, un tipo desparpajado y nihilista, un triunfador capaz de vender humo y sin miedo a que la piscina esté vacía. En ocasiones, un grupo numeroso de ballenas aparece varado en la playa. La interpretación común es que se han suicidado aunque se ignoran las causas; se dice que las ha desorientado algún agente exógeno que incide en su ecosistema rompiendo el equilibrio del océano, pero quién sabe. Ahora vamos a comprobar este fenómeno inexplicado en la especie humana. Otro problema para el cambio climático: ¿cuántos ingleses han de lanzarse de cabeza al Canal de la Mancha para que su efecto invernadero invada el continente? Lo comprobaremos en pocas semanas, si todo va según lo previsto.
En España pasa algo parecido, en otras circunstancias. La formación de un gobierno votado por la mayoría, de acuerdo con las convenciones hasta ahora admitidas en los regímenes democráticos, está rodeada de obstáculos que bien podrían ser insalvables. La derecha española espera el fracaso para que unas terceras elecciones le den el poder, a sabiendas que habrá de ejercerlo bajo la tutela de vox, el pariente celtibérico de Trump, Bolsonaro y de míster Johnson. Al otro lado de la mesa, la derecha catalana también presiona contra el acuerdo que les arrebataría la hegemonía de la que han disfrutado durante cuatro décadas. Los catalanes encuentran en don Puigdemont esa mezcla de aventurerismo, irresponsabilidad y atractivo mediático que parecen ser los requisitos de un líder de este tiempo. El ex presidente destronado y en el exilio (toque carlista) es imprevisible excepto en que siempre juega a favor de sus intereses personales.
En la política española circula un latiguillo de dos colas que es un desiderátum sin contenido, y que se resume así: hay que dialogar para atender a las verdaderas necesidades de la ciudadanía. Más cierto es lo contrario. Ninguna fuerza cree en las virtudes del diálogo para el que se necesitarían dos condiciones inexistentes: un marco de evidencias compartidas y alguna esperanza, además de un reconocimiento del otro. En cuanto a las necesidades de la ciudadanía, ¿quién sabe cuáles son si cada día la calle está poblada de grupos que se manifiestan por causas distintas y a menudo contradictorias? En los años treinta del siglo pasado esta situación derivó en dictaduras. Por ahora, sin embargo, parece que podemos suicidarnos sin ayuda externa.