¿Qué prefiere el pueblo, que lo mareen o que lo chuleen? He aquí un bonito dilema para descifrar la que se nos viene en este año. Lo primero es hábito de la izquierda y lo segundo, imperativo de la derecha. El acuerdo de gobierno de la izquierda, que alguien ha motejado, no se sabe por qué como no sea por las fechas, como pacto del polvorón, es fruto de una interminable cadena de ensayos tácticos fallidos y de las correspondientes renuncias y rebajas que han quedado por el camino. El resultado se parece al desembarco en la playa Omaha de Normandía, y aún no ha empezado la guerra de verdad. Don Sánchez ha tenido que amarrarse al palo mayor para atravesar por entre el canto de los barones y ex prebostes de su partido dispuestos a devorarlo. Don Iglesias deja a su espalda un partido devastado, y el tercero de la concordia, don Junqueras, habrá de renunciar a sus objetivos de independencia y a su alianza con la otra rama soberanista para completar el cuadro, no se sabe si de Las lanzas o de La ronda nocturna.
La izquierda, cuando va sobrada, se plantea el objetivo de transformar la realidad sin detenerse en saber qué cosa sea la realidad, a la que tiende a confundir con sus obsesiones y deseos, no necesariamente comunes a todos los que se llaman de izquierda. En el tránsito, zigzaguea, dice una cosa y hace otra, navajea con este y aquel, y termina con la boca empastada por un polvorón cuando le habíamos oído que iba a comerse el mundo. El viaje es mareante y empuja a desertar a una parte del pasaje en cada escala electoral hasta que la dotación queda en la mínima, como está ahora. La derecha no necesita viajar a ninguna parte porque siempre está ahí; en el parlamento, sin duda, pero también en los consejos de administración, en las instituciones que gobiernan la economía global, en la judicatura, en los medios de comunicación y, sobre todo, en la temerosa clase media que hace de su debilidad un fortín y prefiere mil veces que sus gobernantes la chuleen a verse obligada a cambiar su visión del mundo.
Vivimos días de espera. Por ahora, tenemos un proyecto de gobierno de izquierda del que nada sustantivo se sabe y que es como una carta a los reyes magos, y un griterío infernal en las filas de la derecha porque los personajes de la cabalgata no se ajustan a los estándares que a la derecha le gustan. El alarido homérico de doña Cayetana, pronunciado hace tres años – no te lo perdonaré jamás, Carmena, jamás-, se ha apoderado del cuerpo y el alma de la derecha. Bien, habrá que esperar a la noche de reyes. Ojalá que traigan algo más que polvorones.