Pocas manifestaciones públicas se han hecho eco del brexit en este fin de semana inmediato a la salida. Algunos remainers han salido a las calles con unas melancólicas pancartas que piden el retorno a Europa, más por mantener el tipo que porque alberguen la esperanza de que su demanda vaya a ser satisfecha. Saben que es un objetivo imposible por ahora, y en un tiempo de presente continuo que devora el pasado y el futuro, quizás sea imposible para siempre. Entre los brexiters, los fotógrafos han podido captar la imagen de ciudadanos de amplia sonrisa e indumentaria carnavalesca con los colores y rayas de la Union Jack, pero hasta ahí llegaba la euforia. No sería extraño que entre las competencias que los ingleses han recuperado con la salida esté su famosa flema. El gobierno de míster Johnson también ha presentado lo que se llama un perfil bajo por la obvia razón de que sabe que los verdaderos intereses de las partes se jugarán en las negociaciones, forzosamente duras porque hay muchos y muy variados intereses en juego, que han de tener lugar en los próximos once meses.
Pero este escribidor sí ha celebrado el brexit y lo ha hecho de la manera más feliz imaginable: riéndose a mandíbula batiente en diálogo con la última novela de Ian McEwan, La cucaracha: una fábula desternillante de apenas ciento veinticinco páginas, que se inspira en Kafka y en Swift para ilustrar sobre la absurda deriva que ha llevado al Reino Unido al lugar donde ahora está. Hasta donde he sabido de las opiniones políticas sostenidas por McEwan en el pasado, no era un europeísta a la manera acrítica como aceptamos esta caracterización en el continente y se mostraba comprensivo con algunas decisiones de su país, por ejemplo, la negativa a adoptar el euro, pero sí manifestó su firme preocupación por la deriva de la política británica en manos de Theresa May y ahora, llegados al punto en el que estamos, lo que nos muestra es el universo desquiciado de la élite gobernante capaz de recurrir a toda clase de iniciativas para salirse con la suya, y hacerlo con la tenacidad y la inteligencia instintiva –feromónica, la llama el autor- de esos insectos coriáceos y al mismo tiempo frágiles e inseguros que viven con nosotros los humanos, o mejor dicho, bajo nuestros pies o, si se prefiere, en el oscuro núcleo de nuestra humanidad.
La sátira es un género que exige presentar en términos inverosímiles realidades reconocibles, normalizadas y aceptadas, y aquí McEwan demuestra que es un satírico comparable a los dos autores que le han inspirado. El texto es un prodigio de síntesis de un universo complejo, captado a través de sus detalles significativos, y en el que en cada línea es posible encontrar una observación maliciosa e hilarante, que opera como una carga de profundidad en nuestra percepción de los acontecimientos.
Ian McEwan y Julian Barnes pertenecen a una deslumbrante generación de novelistas ingleses que nos han hecho felices siempre que hemos abierto sus libros. Ahora nos dicen que algo muy grave ha ocurrido en sus vidas, y en consecuencia también en las nuestras. Barnes publicó el pasado viernes, fecha en que se hizo efectivo el brexit, un artículo de tono elegíaco en el que expresaba la pérdida sentida por él y la esperanza en el retorno de su país al club europeo. McEwan, a su turno, escribe hoy otro artículo en la prensa española, más duro y preciso, más discursivo, pero lo que no olvidaremos es su informe sobre el mundo que compartimos con las cucarachas, en el que los portadores de la locura no son ellas.