En la frontera que nos separa del desierto de los tártaros los migrantes desesperados asaltan las vallas, las alambradas y los muros, y en el interior de la fortaleza, los demonios se apoderan del gobierno. En el land alemán de Turingia, el nuevo presidente es un liberal entronizado con los votos de la extrema derecha de la aefedé. Es un fenómeno que ya hemos experimentado en España donde los gobiernos dizque liberales del pepé en Madrid, Murcia y Andalucía están sostenidos y diariamente chantajeados por los voxianos. El paisaje de la batalla es el siguiente: los parias de la tierra quieren disfrutar de los dones de la globalización y sus beneficiarios quieren a toda costa impedírselo para conservar sus beneficios menguantes. Lo que está en cuestión es la llamada democracia liberal y en la correlación de fuerzas se dibuja el declive de las formaciones que se declaran liberales y la titubeante impotencia de la izquierda para adoptar una alternativa.
Los ciudadanos naranjos están a punto de echar la persiana por cierre de negocio, a la espera de que alguno de sus activos sea comprado por el partido mayor (por ahora) de su espectro ideológico, que a su vez está tutelado en la práctica por el discurso brutalista del neofascismo de vox. A su turno, la izquierda socialdemócrata vacila sobre el rumbo a tomar como ejemplifica el ministro don Ábalos, desnortado en su cita –¿imprevista, nocturna, pactada, querida, obligada?- con una viceministra de Maduro, lagarto, lagarto. En cuanto a los podemitas, han renunciado a asaltar los cielos y ahora desempolvan la svolta di Salerno. La cita histórica evoca la directiva adoptada en 1944 por el partido comunista italiano de Palmiro Togliatti (Ercoli, para los amigos) en apoyo de la formación de un gobierno antifascista de amplia coalición con monárquicos y democristianos. Esta decisión prefiguró el consenso que ha gobernado Europa occidental desde el final de la segunda guerra mundial y fue el precedente del compromesso storico en los años sesenta (conciliación nacional, en España), enunciado demasiado tarde, un minuto antes de que el neoliberalismo rampante se apoderara del planeta: Thatcher y Reagan en occidente, y en oriente, desplome del bloque soviético y conversión de China al capitalismo globalizado.
Lo ocurrido en Turingia es sintómatico de la aceleración de este proceso de descomposición del sistema, y no solo porque Alemania es el pilar mayor, económico y político, de la unioneuropea sino porque el consenso antifascista se ha construido en ese país tras un largo y doloroso ajuste de cuentas con su propio pasado. Para decirlo rápido y que se entienda pronto: el nuevo gobierno de Turingia está apoyado por una fuerza que pregona que Hitler hizo cosas buenas, en un estado donde la manifestación de esta creencia o de alguno de sus símbolos está tipificada en el código penal. La intervención de Angela Merkel, la última celadora del espacio europeo, ha atajado la deriva y forzado la dimisión del gobierno de Turingia, pero Merkel está a punto de jubilarse. En España, donde no tenemos esos escrúpulos, don Ortega Smith se niega a honrar el Día del Holocausto hasta que no se instituya otro dedicado al holocausto marxista [sic]. Don Ortega Smith se exhibe con un fusil automático disparando contra sus fantasmas, en la zalamera compañía de un puñado de militares. Parece un adelanto de su programa electoral. Tiempos interesantes, como dice la maldición.