El diario de referencia ofrece hoy una entrevista a Matteo Salvini, el líder nacional-populista italiano, al que se presenta como otro Salvini, un tipo moderado, razonable, etcétera. El título que el digital había puesto a la pieza por la mañana temprano era una declaración de principios que ha desaparecido en las ediciones sucesivas y que decía así: aspiro a una fuerza que dirija la Europa de las patrias y de los pueblos. Dejando aparte el hecho contradictorio de que una sola fuerza pueda gobernar un mosaico tan variado y complejo desplegado en un territorio de extensión inabarcable y con una dilatada tradición de enfrentamientos sin constituirse en dictadura o gozar del carisma divino de un emperador austro-húngaro, el lector se ha fijado en el concepto Europa de las patrias y los pueblos. Es una noción ya apercibida en esta parte meridional del golfo del Vizcaya, cuando hace treinta y pico años estaba recorrida por un nacionalismo eufórico y, para decirlo todo, criminal. Entonces, se podían encontrar con facilidad mapas de la Europa de los pueblos y de las patrias en publicaciones nacionalistas de la época.
Lo curioso de estos mapas es que ninguno de ellos era igual a otro. Si contaban con Tracia se olvidaban de León; si representaban Cornualles, ignoraban Rutenia, y así sucesivamente. Esta variedad de matices es lógica si se comprende que en todos los casos se trata de cartografiar un sueño. Los pueblos van de un lado para otro -que se lo pregunten a los sirios- y la patrias tienen el tamaño justo que les atribuye el patriota. En la mayoría de los casos, la patria de cada uno es una calle, unas pocas manzanas de un barrio, el meandro de un río, una colina con una ermita en la cima, un playa, paisajes que años después han sido violentados y colonizados, no por los inmigrantes, como dice Salvini y los fachas de su cuerda, porque todos hemos sido inmigrantes alguna vez cuando no extranjeros en nuestra tierra de nacimiento, sino por una urbanización de casas baratas, un hotel de lujo o un aeropuerto. Nuestra patria es tan nuestra que nos la llevaremos con nosotros a la tumba; lo que quede aquí es de otros.
Salvini, como Puigdemont y otros don figuras de esta época, milita en la rebelión de los ricos contra la globalización aprovechando como palanca la orfandad que esta ha provocado en los pobres. Empezó su carrera política en el movimiento separatista del norte de Italia al que llamaron Padania, con el declarado propósito de desprenderse del sur menesteroso, en la versión italiana del Espanya ens roba. Esta república imaginaria comprendía ocho regiones, las más ricas del país, pero, ya puestos, y como todo nacionalismo no es tal si no incorpora cierto instinto imperialista, sumaron al territorio inicial otras tres -Toscana, Las Marcas y Umbría- para llevar la frontera hasta las mismísimas puertas de Roma, el epicentro de todo mal. Padania declaró su independencia en 1996, con tal énfasis que desapareció del mapa y de la agenda política. En aquella época, Salvini era candidato de la lista comunisti padani (tomen nota los cupaires catalanes).
Desaparecida Padania, el afamado líder se hizo con el mando del movimiento separatista y amplió el horizonte de sus ambiciones. Ahora el mal no estaba en Roma sino en Bruselas, y se trataba de separar a Italia de la unioneuropea para lo que se encontró con la derecha gamberra de Berlusconi y el movimiento táctico consistió en desplazar la frontera de la república hasta Siracusa donde podían seguir aporreando las espaldas de los inmigrantes, que ya no serían sicilianos ni calabreses sino de más abajo. Lo que manifiestamente ha sido una sucesión de derrotas y disparates, en la mente iluminada de Salvini aparece como un proyecto en expansión hasta llegar a una Europa en la que cada uno en su rincón podrá seguir pateando al forastero que pasee por su calle o tome una cerveza en su bar, mientras el capital global sobrevuela las cabezas de los lugareños como un ave migratoria en busca de un paraíso, este de verdad.