Crónicas de la peste X

En la tele pasan un documental de fauna.  Chimpancés, en este caso. Al parecer, un macho quiere hacerse con el mando de la manada. Alaridos, agitación de ramas, carreras entre el follaje, manos que atenazan piedras. Los primates utilizan herramientas, se dice el espectador, que recuerda 2001 Odisea en el espacio.  Luego, se distrae de la historia y, cuando recupera la atención, un mono parece alejarse con una herida en el anca. La carne rosada y sangrante en el pelaje oscuro y crespo. Pero la locución que acompaña a las imágenes informa de que la batalla no ha terminado; solo es una tregua. Si estuvieran en una jaula no podrían hacer eso, piensa el espectador en pijama y envuelto en un albornoz. La ocurrencia destila un hilo, como se dice ahora en la jerga de tuiter, y el espectador se confirma a sí mismo que solo ha visto chimpancés detrás de los barrotes, en los que el único signo de vida era la mirada, absorta o interrogativa, de repente iluminada por un destello de ira. ¿En qué piensan los chimpancés enjaulados?

El espectador se levanta del sofá, tiene que hacer ejercicio, y da tres pasos hasta la ventana. Es una mañana de primavera temprana, aire fresco y sol dubitativo. La calle vacía y silenciosa es el aterciopelado escenario de un compromiso cívico unánime en el que la fuerza de coerción es el miedo a la peste. Tras las ventanas, millones de primates esperan el fin, cualquiera que sea.  ¿En qué piensan? Solo a cierta hora fija del crepúsculo asomarán las cabezas y celebrarán un ritual comunitario, simple y breve, en el que los aplausos intentan quebrar la oscuridad y el silencio. La especie superior que levantó las pirámides de Egipto y construyó la bomba de Alamogordo, reducida a batir palmas para aplacar a los dioses.

El espectador del albornoz se aparta de la ventana, tiene que hacer ejercicio, y da tres pasos hasta la mesa. Echa mano del móvil, ese chisme chisporroteante de noticias, rumores, gracietas familiares y humor carcelario. Dos titulares expedidos por la prensa respetable le llaman la atención en la pantalla: Un concejal de la CUP anima a toser en la cara a los militares para que se marchen y no vuelvan más, y otro, Si caes, otro te sustituirá: Interior no deja a los guardias civiles usar sus mascarillas. Son apelaciones al odio y al resentimiento, seguramente muy poco relacionadas con los hechos, pero imprescindibles al parecer para reconocernos como humanos. Las especies que ocupamos los escaños superiores de la evolución merced a nuestras destrezas hemos mudado en atributos dizque morales lo que en los niveles inferiores de la escala es mero instinto. Eso nos permite disponer de dispositivos electrónicos de comunicación y posponer los efectos del odio hasta después de la cuarentena, si no se prolonga demasiado.