Crónicas de la peste XV

Es sabido que en tiempos de tribulación se producen milagros. Por ahora, uno de los más notorios, puro asombro, es la conversión de don Guindos al keynesianismo y aún más allá, al comunismo podemita. ¿Pues no postula el tío una renta universal de emergencia? Don Guindos confirma la evidencia que no hay mayor fanático que un converso. Que se lo pregunten a Saulo de Tarso, que empezó su carrera a la fama lapidando cristianos y, después de caer del caballo con el consiguiente efecto en la sesera, terminó organizándoles el negocio global a sus antiguos enemigos y definiendo la misión de la empresa, como decían hasta ayer mismo en los cursos de embiei.

Sería interesante saber en qué circunstancia ha recibido don Guindos la pedrada inspiradora de una tan radical mudanza de credo. Es cierto que el personaje es, como muchos prebostes de esta época que va a enterrar la peste, aficionado al surf y tiene instinto para percibir la dirección y el tamaño de las olas que nos arrastran a los del común: perteneció primero a la dirigencia de goldmansachs, uno de los bancos que provocó la gran crisis financiera de 2007; luego fue ministro del gobierno que, para reparar la vajilla rota, perpetró una reforma laboral extremadamente agresiva, como explicó él mismo entre risotadas a sus colegas del mando europeo, y en justa retribución a esta carrera de servicio al bien público fue catapultado a la vicegerencia del banco central, y es en la atmósfera inerte de ese paraíso donde al parecer ha sufrido la conversión. Es como si San Pablo asomara la cabeza entre las nubes algodonosas de una tarde primaveral y nos dijera: eh, chavales, que eso de jesucristo resucitado, la iglesia, el vaticano y demás es un cuento que me inventé cuando era joven y atolondrado, la culpa la tuvo el caballo.

Cuando esto acabe… es una expresión frecuentada en estos días que termina en puntos suspensivos porque nadie sabe qué viene después. Hay para creer que las recias circunstancias en las que estamos envueltos contradicen los modos y dogmas neoliberales aún vigentes y ponen en evidencia las consecuencias de su aplicación a la realidad. La predicada añoranza por los abrazos a familiares y amigos, las ovaciones en las ventanas a colectivos profesionales en los que no hemos pensado nunca salvo para quejarnos, el sentimentalismo que destilan los destartalados programas en la tele, etcétera, parecen apuntar desde las ruinas del régimen a un futuro comunitarista, en el que la vida sea más importante que el dinero y la abuela cuente más que la segunda residencia, pero esta percepción inducida por la crueldad del confinamiento bien podría ser un trampantojo. No se sabe de ninguna gran tragedia que haya cambiado a la condición humana, que tiene un sustrato biológico tan robusto y determinante como el de cualquier otra especie viva, que antes se extingue que cambia de hábitos. Lo que nos distingue del resto de los seres de la evolución con los que compartimos el planeta es nuestra afición al postureo. Una vez más, don Guindos ha sido el primero en darse cuenta.