Crónicas de la peste XXII

Don Casado y su gente no están dispuestos a soltar la presa de la manifestación del ocho-eme como fuente de contagio de la peste. Si hay suerte en el empeño, desnucarán al gobierno y estigmatizarán para los restos al movimiento feminista. Ahora han pedido que aquel evento sea investigado por una comisión independiente; se entiende que formada por científicos, cuando no hace tanto que se censuraba a don Sánchez por parapetarse en la ciencia. Pero no es lo mismo; el pepé se ha mostrado experto en poner a su servicio a fiscales, jueces y policías, ¿por qué no intentarlo con epidemiólogos y estadísticos? Así que están trabajando en el tema como un poeta esforzado que no encuentra la rima. De momento, la fortuna les ha sido propicia y ha dejado fuera de combate a don Simón, el científico portavoz del gobierno.

Y mientras los zapadores están en esa tarea, el estado mayor clama para que la infantería entusiasta celebre un funeral de estado por las víctimas de la peste. Un funeral de estado significa una reunión masiva en la catedral de la Almudena y una estela de decenas, centenares de funerales en todos los tamaños en capitales de provincia, pueblos y villorrios del país. Un festín vírico. La ocurrencia es genial porque movilizaría a miles y miles de ciudadanos dispuestos a caer contagiados cuyo sincero dolor tendría el efecto de una bomba atómica en el sistema sanitario y el gobierno social-comunista caería como una fruta madura. En esta iniciativa hay un interesante poso de antropología cultural.

Lo que distingue una manifestación cívica de un funeral es que la primera se celebra por la vida y el segundo, por la muerte. Habría que explorar el melancólico efecto que la suspensión de las procesiones de semana santa ha tenido en el ánimo de las clases conservadoras del país. La muerte y resurrección de cristo no se puede posponer, como las fallas o los sanfermines, a agosto o septiembre porque responde a un tiempo litúrgico, sagrado, así que este año, a todos los efectos, ni moriremos ni resucitaremos al primaveral modo de siempre, y esta suspensión del ciclo eterno se vive como una aceleración del tiempo y tiene un efecto perturbador en el ánimo colectivo, una especie de jet lag del alma. Un funeral de estado, en estas excepcionales circunstancias, sería como la inmersión de todo el pueblo en el reino de la muerte de la que los elegidos saldrían con vida. Elegido es un término pertinente al neoliberalismo que nos gobierna, que hace compatible la más feroz codicia con orgías religiosas masivas, como las que protagonizan estos días los evangélicos brasileños en el país de don Bolsonaro.

Hace muchos, muchos años, don Vargas Llosa describió este fenómeno cultural en una novela maravillosa titulada La guerra del fin del mundo. ¿Quién le iba a decir a don Vargas que algún día compartiría mesa y mantel con los mismos fanáticos que retrataba en su novela?