Crónicas de la peste XXIII

A Rafael Gómez Nieto, in memoriam (*)

Publica el diario de referencia –dios, qué viejo, blando y taimado parece todo lo que ofrece ese papel que nos iluminó diariamente durante décadas- un artículo de opinión destinado a explicar la híspida posición de Holanda en el asunto de los coronavirus porque, dice el autor,  la posición del gobierno holandés ante la crisis no debe llevar a una conclusión inexacta sobre el país. Vale. Nos abalanzamos sobre el artículo porque necesitamos el consuelo de la razón para no parecer cerriles y atávicos, y para demostrarnos a nosotros mismos la musculatura de nuestro europeísmo. El autor nos lleva a través de las circunstancias políticas de Holanda, los partidos en liza, las alianzas de gobierno, etcétera; nos invita a considerar algunas precisiones importantes, nos hace ver que son muchas las voces discordantes en el propio país, en el que no todos los habitantes son xenófobos y social-nativistas, hasta que llegamos a la pregunta clave.

¿Por qué el gobierno de los Países Bajos ha optado por esta posición insolidaria frente a la necesaria cohesión nacional e internacional que requiere el actual contexto de crisis sanitaria?, se interroga el articulista. Vuelta a los argumentos circunflejos, que si sí pero si no, para concluir con una afirmación rotunda atribuida a un alto cargo de la salud pública holandesa para el que las numerosas muertes en el sur de Europa están directamente unidas a la falta de higiene, civismo y disciplina histórica de estos países. La unioneuropea es el jardín de los distingos, los protocolos, los consensos, los memorandos de entendimiento, hasta que a alguien le petan las tripas y suelta lo que lleva dentro. Ya intentamos explicarlo hace unos días en esta modesta bitácora de provincias; por cierto, más finamente que el fino ministro holandés, que ahora finge lamentar no haber tenido más empatía con sus sucios socios meridionales.   

Hace cuatro años, la presidenta, podemita, del parlamento de esta remota provincia subpirenaica retiró la bandera europea en protesta por las hostiles políticas aplicadas a la inmigración en la unión. Recuerdo la irritación que el gesto produjo a este europeísta, no porque estuviera de acuerdo con esas políticas sino por lo que el arriamiento significaba de desafección a un proyecto político largamente querido y trabajosamente construido. Entonces, los europeístas no queríamos entender que nuestro comportamiento con los inmigrantes que llegaban, y llegan, exhaustos a nuestra frontera era un síntoma de la debilidad política y la indigencia moral de la unión. Nos habíamos quedado sin discurso a la vez que la arquitectura económica, que parecía nuestra gran fortaleza, se cuarteaba y dejaba asomar por las fisuras una enredadera de desigualdades y fobias.

Nuestra generación, que ya está de salida, es europeísta por dos razones concurrentes e interesadas, aunque, sin duda, cargadas de buena intención. La primera, porque la pertenencia a una entidad supranacional de ámbito continental era un apoyo determinante a nuestra tierna democracia y nos hacía iguales a sociedades que habíamos considerado, con acierto, en un estadio superior de la ciudadanía. La segunda razón es porque se abría un horizonte material de progreso para individuos y empresas. En resumen, éramos europeístas para ahuyentar al fascismo y vivir en una comunidad abierta, plural, cohesionada y razonablemente igualitaria. Ahora, estas dos condiciones se han ido al carajo, no solo en España sino en todos los países de la unión, donde los neofascistas marcan el paso de los gobiernos en muchos de ellos (Holanda, entre otros) y donde el mensaje dominante predica que nos olvidemos de recuperar la igualdad y la cohesión perdidas durante la crisis financiera de hace doce años. Y ninguna amenaza universal como una peste va a cambiar esta deriva.

(*) Rafael Gómez Nieto era el último superviviente de los republicanos españoles que formaban  La 9, la compañía del ejército aliado que entró de avanzada en las calles de París aún ocupadas por los nazis, y ha muerto a los 99 años víctima de la peste en Estrasburgo, una de las capitales de la Unión Europea. Salud y honor a un europeísta de verdad.