Crónicas de la peste XXXI
El fútbol es el criptograma de nuestra sociedad. Descifrar sus signos y navegar por su sintaxis es el camino más seguro para entender la mitología que inspira nuestras vidas. El mundo como un gran estadio en el que se celebra una lucha que es un juego de reglas simples y claras que ganan los héroes. Encontramos a estos en lo alto del muro, esbeltos, radiantes, seguros de su fuerza y valor, enamorados de sí mismos y envidiados por las multitudes que aparecen representadas en la basa de la estructura: vocingleras, fanáticas y perpetuamente deprimidas. Entrambos niveles, una compleja red de intermediarios de todas clases: caciques, recaudadores, cancerberos, escribanos y soplagaitas, que constituyen el armazón que sostiene el relato y a la sociedad que describe. El soporte de nuestro sistema comunicacional no es tan simple como un muro de arcilla o un rollo de papiro sino que se despliega en las cuatro dimensiones y en varios lenguajes: alfabético, icónico, musical, etcétera, por lo que no es fácil destilar un mensaje que nos permita comprender de un golpe el significado que encierra. Pero hay ocasiones en que se produce esta revelación.
En la torrentera de noticias lacrimógenas y depresivas que trae cada día la peste, aparece el rostro bien tallado, luminoso, germánico, de un muchacho que declara que no va a renunciar a parte de su salario a favor de la empresa que le contrata porque le parece una abdicación de sus derechos y que, si hay que entregar esa suma a alguna causa noble, ya lo hará él mismo a su elección y de propia iniciativa. El muchacho es un tal Kroos, centrocampista del realmadrid, que solo cobra diez, coma, cuatro millones de euros, y lo que pregona con absoluta claridad es la primera ley de la termodinámica neoliberal: mi dinero es mío y no admito imposiciones (término de la misma raíz que impuestos) de nadie. Podemos imaginar que una declaración tan valiente y nítida en estas aflictivas circunstancias en las que está en cuestión el dogma de los santos Hayek, Friedman, von Mises y demás figuras del retablo, habrá hecho llorar de agradecimiento a don Aznar en su covachuela de confinamiento marbellí, si es que este personaje tiene glándulas lacrimales. Pero los hechos son tozudos.
La siguiente aparición pública del aguerrido centrocampista es vergonzante. Acepta la rebaja salarial decretada por el club y declara que no se entendieron bien sus anteriores manifestaciones, quizá por un problema de traducción. Nada hay más grotesco y repulsivo que el renuncio de un héroe o la disculpa de un político, pero son estos bruscos cambios de guión los que nos permiten leer la trama con nitidez. Kroos es un gladiador, es decir, un esclavo, y por último depende del patricio (término de la misma raíz que patrón) que lo mantiene para que dé espectáculo a la plebe. El dinero y también la razón histórica son del patricio/patrón, en este caso don Florentino, al que no le ha costado ni un minuto disuadir a su gladiador de las ínfulas neoliberales que al parecer le tenían narcotizado. Al principio de la peste, el realmadrid había anunciado que no rebajaría los salarios a sus empleados; luego, que sí (se ve que los titubeos e improvisaciones no son solo cosa del gobierno social-comunista) y en este vaivén el joven Kroos ha aprendido, a un coste insignificante para él, todo hay que decirlo, la segunda ley de la termodinámica neoliberal que reza así: cuando vienen mal dadas, las facturas las pagamos todos por igual, es decir, pagan más los que ganan menos. Así que no te quejes, cabrón.
Kroos es en estas circunstancias inservible para su función principal pero, sin salir de la industria del espectáculo, ha servido para presentar a su patrón como un benefactor de la humanidad madridista, que en nuestra mitología es como decir la humanidad toda.