Crónicas de la peste LV

El científico Robert May, autor de la teoría del caos, ha fallecido a los ochenta y cuatro años en su ciudad natal de Sidney. Lástima, porque la muerte ha impedido al ilustre profesor que tuviera noticia de la prueba empírica a que va a ser sometida su teoría, mañana en Madrid, capital del reino de España. Los encargados del experimento probatorio van a ser don Casado, doña Cayetana y doña Ayuso, todos ellos formados en el acreditado laboratorio del doctor Aznarstein, y secundados por el impagable ayudante Igor Abascal, encargado de mantener viva la llama que eleva la temperatura de los gases contenidos en la retorta, hasta su explosión final. May, matemático y físico teórico, realizó investigaciones y descubrimientos relevantes en el estudio de las poblaciones, la ecología, las matemáticas aplicadas a la biología y epidemiología, campos del saber que están de plena actualidad ahora mismo y de los que es posible encontrar centenares de expertos en nuestra clase política. Esperemos que en la sesión de control parlamentario que se celebrará  mañana para abolir el estado de alarma, nuestros diputados, tan aficionados a las corbatas negras, dediquen un minuto de silencio a la memoria de Robert May.

La teoría del caos establece que los sistemas complejos -por ejemplo, nuestro sistema político- pueden ser estables, inestables y caóticos. Este último tipo se produce cuando hay dos soluciones o tendencias que se mantienen a una distancia finita en torno al eje del sistema pero se mueven de forma irregular y pasado el tiempo dejan de ser similares para convertirse en disruptivas. ¿Les suena? Tenemos una constitución común, un problema común y una solución sanitaria y social comúnmente aceptada en todos los países del planeta; la constitución ampara el instrumento político (estado de alarma) para ejercer la solución técnica al problema. Hasta aquí no parece haber discrepancia pero, atención, las tendencias que giran alrededor de este eje se mueven de forma irregular y nos acercan al caos, que no significa el imperio del azar porque los sistemas caóticos son también deterministas. Traducido a la política, el caos que se avecina no es consecuencia fortuita de una acción impremeditada sino el fruto de una estrategia más o menos bien calculada. La evolución irregular de nuestra derecha hacia un sistema caótico no es debido a que don Casado et alii no hayan medido las consecuencias de sus actos, sino que esperan que el caos provocado con toda deliberación engendrará un sistema nuevo, cuyos términos ellos mismos no pueden imaginar. La derecha está en modo revolucionario y las revoluciones se hacen, primero, derrocando al gobierno, y luego paso a paso, y cada paso determina el siguiente, y ya veremos.

Resulta arduo creer que cabecitas como la de doña Ayuso o don Casado sean capaces de entender todas las implicaciones de su iniciativa pero los sistemas complejos no dependen de la inteligencia de sus figurones. El ejemplo de míster Trump es irrefutable. El gobierno de don Sánchez ha querido exorcizar la amenaza con una consigna: mantenimiento del estado de alarma o caos. La eficacia de la proclama depende del peso semántico que tenga en el público  la palabra caos, y todo indica que es bastante liviano. La imaginación humana tiene límites y por ahora nada puede parecer más caótico que la situación en que vivimos. Del mismo modo que en el pasado mes de febrero nadie supo ver la que se nos venía encima, ahora no sabemos qué significa que no se revalide el estado de alarma. Don Sánchez y su gobierno van a tener que hacer un esfuerzo pedagógico suplementario, y no solo con los grupos parlamentarios, si quieren ganar, o al menos empatar, el partido.