Quiero creer que se debe a la astenia primaveral la irresistible galbana que se ha apoderado del escribidor. Los síntomas se detectan en el origen y en el proceso de emborronar esta hoja en blanco, desde la ausencia de estímulos para la reflexión hasta la retracción de las palabras que han desaparecido ocultas en quién sabe qué madrigueras. Fíjense cómo estará el patio, que el autor ha estado en un tris de releer a Emile Cioran, ese pesimista homeopático y complacido. La suerte ha querido evitarlo. Las obras del filósofo rumano habitan un alto y remoto anaquel de la biblioteca y el escribidor abandonado por las musas ha recurrido a una escalerilla para echarles mano y a punto ha estado de dar con los libros y sus huesos en el suelo. Cioran no es la clase de compañía con la que el escribidor querría pasar la convalecencia con la pierna enyesada, así que el fracaso del intento ha sido providencial. Un mensaje del cielo, como aquel que dice.
En el congreso de los diputados también ha ocurrido algo ininteligible para quienes tenemos la cabeza poseída por la modorra. Los ciudadanos naranjos han sustituido a los republicanos catalanes en el apoyo al gobierno para prorrogar el estado de alarma y tanto unos como otros, los nuevos afectos y los viejos desafectos, lo han hecho por razones tácticas ajenas a la pertinencia de la medida para combatir la pandemia. Se ve que el virus está de capa caída. Y algo todavía más raro: don Sánchez ha acordado con Bildu la derogación de la reforma laboral que ya sabemos que no se derogará. Entretanto, el aparato productivo nacional muda a toda pastilla. En alza, los fabricantes de mamparas aislantes para los establecimientos de hostelería y de piscinas domésticas para las viviendas de las clases medias que no irán a la playa; en resumen, una vuelta más a la tuerca de la privatización de los hábitos sociales, y de la economía, por ende.
La biblioteca de mi pueblo ha ofrecido a sus usuarios un programa didáctico virtual en el que un ramillete de cabezas pensantes pronostica de buen rollo lo que nos espera después de la pandemia. Me detengo en el comentario del crítico literario Ignacio Echavarría, fascinado por su melena y su barbita románticas y el revoloteo de sus manos. Dice que habremos de estar vigilantes para que el estado no nos arrebate la libertad con el cuento del virus, vamos, más o menos lo que predican a cacerolazo limpio algunos vecinos del barrio de Salamanca. Al crítico literario le inquieta en especial la nueva categoría ciudadana de contagiado asintomático, equivalente a su juicio a la de sospechoso habitual. Muy perspicaz, se ve que ha leído muchas novelas. Tranquiliza comprobar que políticos, fabricantes de mamparas e intelectuales vuelven a sus cosas. Y el coronavirus para los viejos, que para eso llevan mascarillas.