Si algo hay más irritante que los despropósitos de un político en el ejercicio de sus funciones es un político que pide disculpas por sus despropósitos. El vicepresidente don Iglesias ha recogido hilo y se ha referido a su pelea de gallos con el portavoz voxiano el día anterior: ayer dije la verdad [sobre la intención o el deseo de vox de que hubiera un golpe de estado] pero me equivoqué [se entiende que en el tono, el lugar y el momento de decirlo]. Si es verdad lo que dijo no debería arrepentirse de haberlo dicho, pero es que ni siquiera está probado que los voxianos quieran un golpe de estado. Una convicción personal no es por sí misma una verdad; también puede ser una fantasía atribuida al adversario.
Lo que es seguro es que vox y pepé quieren debilitar y deslegitimar al gobierno, no por lo que hace sino por lo que representa. Las derechas están, pues, empeñadas en una batalla ideológica y cultural en el que el primer objetivo es mantener unida a su parroquia y el principal riesgo para el gobierno es aceptar ese terreno de juego. Don Iglesias lo hizo bien cuando aguantó impertérrito el injurioso ataque a su padre perpetrado por la marquesa de Casafuerte, la cual, amparada en su inmunidad parlamentaria, no retiró el insulto, que en otra circunstancia le habría costado una condena judicial, ni pidió disculpas, al contrario, protestó ante la presidenta de la cámara porque esta ordenó que la injuria fuera retirada del acta.
Doña Cayetana es una killer más mortífera y refinada que los bocazas voxianos y cuando empleó la palabra terrorista para referirse al padre del vicepresidente sabía bien el impacto que este término causa en sus seguidores y en buena parte de los que no lo son. La cuestión nos lleva al origen del régimen democrático que nació en la llamada transición. No hubo entonces ninguna causa compartida que hiciera a la sociedad española bascular hacia la democracia; solo un accidente biológico previsible –la muerte del dictador- y un cierto estado de ánimo generalizado por alcanzar un estatus constitucional análogo al de los países de nuestro entorno, favorecido por las circunstancias internacionales. La transición fue una transacción en la que el mérito político residió en tejer un nuevo régimen democrático con olvido absoluto de lo que había pasado durante los cuarenta años que precedieron a ese momento. Por eso, designar a alguien –el padre de don Pablo Iglesias, digamos- como luchador antifascista, que es lo que fue, suena a chino.
La fundamentación ideológica del llamado régimen del 78 fue creada en los años noventa, después del desideologizado periodo socialfelipista, y fue obra del pepé con la inestimable colaboración de eta, cuya contumacia le llevó a atentar contra don Aznar y a asesinar a concejales y cargos públicos populares y socialistas, lo que sumado al hartazgo social contra la banda, hizo del terrorismo y de los terroristas el enemigo que identificaba a la comunidad de los demócratas. Algo que no siempre había sido así hasta ese momento. El gobierno aznárida organizó a las asociaciones de víctimas como vigilantes morales de la pureza democrática y repartió condecoraciones a las víctimas, que no se detuvieron en la frontera que presuntamente separaba la dictadura de la democracia. Así fue que un torturador de la policía franquista asesinado recibió a título póstumo la gran cruz del reconocimiento civil y que tuiteros, músicos y otros particulares fueron detenidos y condenados por comentarios y cuchufletas, que en los ochenta eran expresiones del común, considerados enaltecimiento del terrorismo muchos años después de que el terrorismo hubiera acabado.
Y esta es la genealogía del dicterio injurioso que doña Cayetana dirigió a don Iglesias, que no tenía como objetivo único desestabilizar al vicepresidente, como insinuó él mismo, sino recordar la doctrina que cohesiona al partido aznárida al que ella representa. Una vez más, el pesoe, como ya ocurriera en los ochenta, está enfrascado en una tarea ciclópea que le autoriza a abandonar la lucha cultural e ideológica para concentrarse en la política de los hechos. Si la pandemia no repunta y se salvan los muebles de la campaña turística, habrá llegado a otoño en razonables condiciones de negociar y aprobar los presupuestos, y si esto se consigue, ancha es Castilla. La ideología, para el gato, y hablando de gato, ya saben aquello de gato blanco, gato negro, etcétera.