Los orfebres son muy quisquillosos con las críticas que reciben los apreciados objetos que salen de sus manos, de forma y factura admirables pero en los que no siempre se pondera su funcionalidad y pertinencia. El juicio a los responsables del prusés en el tribunal supremo fue una obra de orfebrería jurídica. Inhabilitados por incomparecencia los poderes legislativo y ejecutivo, la defensa del estado quedó, con toda deliberación, en manos de los tribunales y los jueces correspondientes se pusieron a la tarea con el entusiasmo de quien le han encargado una misión histórica. Los jueces don Llarena primero y don Marchena después alcanzaron el estrellato en este lance. El primero patinó un poco con la justicia europea pero el segundo condujo la vista oral con autoridad, elegancia e inocultable satisfacción. Ni una crítica al procedimiento. Pero. Ni la condena por sedición es jurídicamente inobjetable, ni la consecuencia de líderes políticos encarcelados, que representan a la mayoría de su país, hace feliz a casi nadie. El gobierno central tiene que lidiar con un serio problema añadido, como si tuviera pocos; la sociedad catalana sigue en tensión y no encuentra el modo de recuperar el equilibrio, lo que dificulta la gobernabilidad del estado, y ni siquiera la derecha españolista, teóricamente la principal beneficiaria de este cotarro, ha conseguido allegar un solo voto de más al zurrón después de la sentencia. Todos jodidos, pues, lo que explicaría la celeridad con que los condenados han sido beneficiados por medidas de alivio penitenciario por una u otra razón sin que nadie haya dicho ni pio.

Pero los altos jueces sí han advertido la maniobra de demolición de su orfebrería y han decidido pararla. Para una vez que ganan la champion, no van a consentir que los demás poderes conviertan su goleada en un partidillo amistoso. De entrada, el supremo ha revocado los permisos de salida carcelaria de doña Carme Forcadell, presidenta del parlamento catalán durante al prusés, que salía de la cárcel para cuidar a su anciana madre, y ha arrebatado a la audiencia provincial la competencia para arbitrar ulteriores permisos de salida de otros presos, misión que ha puesto en manos del juez don Marchena. El argumento, técnicamente, es irreprochable: la pena es demasiado alta para disfrutar tan pronto de licencias y libertades. Pero, si bien sabemos por qué los políticos indepes están en la cárcel, ¿sabemos para qué están?

La prisión en el ordenamiento español debe tener una función rehabilitadora. En los buenos tiempos, los presos redimían penas trabajando a pico y pala en las carreteras o cosiendo sacos, pero ahora hacen cursos, talleres de manufactura recreativa, deporte, en fin, actividades destinadas a convencerles de lo buena que puede ser la vida si no hubieran cometido la pifia por la que están entre rejas. ¿Y qué mejor actividad para presos acusados de sedición que emplearse en entender qué es la sedición?

Así lo cree el tribunal supremo. No puede negarse la utilidad de este ejercicio pues el delito de sedición es ininteligible no solo para los presos acusados de él sino para una buena parte del mundillo del derecho. Es fácil o al menos factible que la mente de un asesino acepte el mal intrínseco de lo que ha hecho, o convencer a un caco de que robar carteras no es lícito. Pero, ¿cómo argumentar a alguien, que no ha roto un plato, que está en la cárcel por pavonearse en la calle de una independencia imposible de un país que se ha inventado? Al caco se le corrige un hábito pero al indepe se le hace un lavado de cerebro. Este término misterioso de gran predicamento en tiempos de la guerra fría significaba la sumisión del preso a las razones del carcelero, pero a la vez evidenciaba la debilidad de este, que solo mediante una coacción extrema podía apropiarse de la conciencia de su adversario.

El prusés fue una estrategia política que salió mal, como era evidente que iba a ocurrir, pero está en la genética del nacionalismo carlistoide dejarse poseer por la hybris una o dos veces en cada siglo. Los indepes no pueden evitarlo igual que los epilépticos no pueden evitar lo suyo. Ahora toca calmarse. Las instituciones catalanas ya demostraron que podían ser tan corruptas como la media española; ahora con el coronavirus han demostrado que pueden ser igual de ineficientes. La rehabilitación de los presos indepes se produce de manera natural con la mera lectura de los periódicos. La excepción es don Puigdemont pero ese sí que vive en otra galaxia.  Y en cuanto a la sedición, primero que se aclaren otros.