La tira dominical del admirado Manel Fontdevila ha traído a mientes un recuerdo que la memoria había pudorosamente tapiado. La memoria tiene, entre otras funciones, la de preservarnos de la vergüenza que puede anegar nuestra vejez. Fue a finales de los años ochenta cuando el escribidor estaba al cargo de la oficina de prensa del parlamento regional de esta remota provincia subpirenaica y entre sus inanes y desahogadas funciones tenía la de organizar cada año un concurso escolar que llevaba el título ¿Qué es un rey para ti? y en el que los infantes de los colegios que participaban referían en un folio toda clase de fantasías y buenos deseos sobre la figura real. Los escolares describían al monarca como un ser providencial de cuya rectitud y probidad dependía la felicidad de los escritorcillos y por ende de sus familias y entorno social (en el contraste con la realidad radica el chiste de Manel Fontdevila). El concurso lo patrocinaba entonces una fundación privada y, por lo que veo en internet, ahora es una operadora de telefonía la que está al mando. En el parlamento regional se recogían los trabajos de la comunidad autónoma y un jurado de políticos premiaba desganadamente al que habría de participar a nivel estatal, cuyo ganador era recibido por el monarca, entre otros agasajos.

Para hacer justicia al sistema educativo local hay que decir que eran muy pocos los centros escolares cuyos alumnos participaban en el certamen que, en esa época y en este lugar, ganaba generalmente un colegio de monjas porque sus alumnos o alumnas le habían cogido el tranquillo a la fórmula y se esmeraban año tras año, como Miguel Induráin en el Tour. Las redacciones eran unos florilegios infantiloides más que infantiles, inducidos por muy motivados educadores, plagados de adjetivos laudatorios y adobados con dibujitos alusivos; en fin, lo que uno espera de un trabajo escolar de los primeros grados pero dedicado al culto a la personalidad en vez de a la formación humanística o científica.

Había rasgos en aquel tingladillo que despertaban perplejidad. El primero, que fuera una iniciativa privada y secundada por unos pocos escolares por lo que podía descartarse que fuera un instrumento de adoctrinamiento monárquico. Y si no lo era, quedaba abierto a pensar que se trataba de una operación de relaciones públicas cerca del rey para lo que pudiera servir a los patrocinadores en alguna otra circunstancia. De una manera inconsciente, aquellas redacciones infantiles encerraban una clave que hemos tardado décadas en descifrar. El rey es en efecto un ser providencial al que quienes pueden hacerlo se acercan mediante la adulación, un arma que vence al carácter más templado, a fin de asociarlo a sus intereses a cambio, claro de está, de una congrua comisión. Los pequeños redactores se preparaban sin saberlo para ser ciudadanos de esta monarquía. Descubrirlo cuando ya no se cumplirán los setenta sabe a cuerno.