El periodista Fernando Jáuregui es una de las referencias del oficio en la etapa que ahora se da en llamar el régimen de 78. Es autor de un montón de libros de tema político y la hemeroteca está sembrada de crónicas con su firma. Quien esto escribe le conoció jugando a las cartas con políticos de la ucedé en un vuelo Madrid-Pamplona donde habría de celebrarse un mitin electoral allá por el año ochenta y uno. Jáuregui es un firme defensor de la democracia, de las instituciones y de la libertad de prensa. Ahora está desolado y ha publicado un libro para contarlo al que ha dado el oportuno título de La ruptura, una especie de memorias que bien podrían titularse todo se derrumba. La pandemia no ha ayudado a los viejos a levantar el ánimo; al contrario, ha actuado como una poderosa metáfora de la catástrofe. Jaúregui, según confiesa, ha leído en estas semanas de confinamiento a Julio Cortázar, otro mito literario de nuestra remota juventud, y le ha parecido detestable. Lo dicho, todo se derrumba.
La brusca, aunque no necesariamente inesperada, eclosión de las malandanzas del rey emérito ha tenido el efecto de arrasar el legado de probidad y decencia que pensábamos dejar a nuestros herederos. ¿Qué hacías tú entonces? Esta es una pregunta que la juventud alemana hizo a sus padres en las décadas de los sesenta y setenta, referida al periodo nazi. Aquí y ahora la pregunta sería algo así: si el rey era el casquivano y trincón que ahora ha salido a la luz, ¿por qué no utilizabas la libertad de prensa para denunciarlo, si eras periodista?, o ¿por qué no arbitrabas en el parlamento mecanismos democráticos para impedirlo, si eras político? La historia es inclemente. Los de la generación de Fernando Jáuregui han estado toda su vida pintando un muro y de repente el jefe de la cuadrilla se lleva la escalera y les deja colgados de la brocha. Ahora toca buscar culpables, externos, claro, y entretanto sumirse en fantasías y lamentos.
La pervivencia de la monarquía está al pil pil y los viejos no tienen respuesta. La que ofrecen linda con la desesperación. Don Felipe González reclama presunción de inocencia para el rey argüido. El periodista Jáuregui proclama al borde del ridículo que el rey Felipe VI es incorruptible porque sigue el ejemplo de su madre. Siempre la genética. El problema político tiene otros parámetros. La monarquía española es la opción de la derecha autoritaria y en ese carril la instituyó Franco. La legitimidad de don Juan Carlos se creó en las titubeantes horas del alocado golpe militar del 23f, durante las cuales el monarca debió ponderar la correlación de fuerzas y el contexto internacional en relación con sus intereses y se decidió por la buena solución, sin duda la única posible; luego, el pesoe y su mayoría absoluta apuntalaron el régimen, y cada uno a su faena. El rey a sus triquiñuelas, como no olvida Jáuregui ni nadie de su generación.
Don Felipe VI quizá no necesite ese momentum legitimador que tuvo su padre y sea el caos de crisis entrelazadas y superpuestas que nos envuelve el que le salve la corona. Somos una sociedad tan atribulada que no tenemos tiempo ni ocasión para constituirnos en república. Entretanto, ya tenemos a una bruja a la que llevar a la hoguera. Jáuregui la acusa, don Felipe González también, don Peñafiel, otro cortesano castizo, la tilda de puta, Corinna, uh, uh, uh, y el juez ya la ha reclamado como imputada. Un rey (emérito) embrujado y una reina (emérita) incorrupta como la monja de las llagas. Sin novedad en la historia española.