Este escribidor lleva días obsesionado por los dinosaurios; en las últimas entradas de esta bitácora los ha citado dos o tres veces, lo que parece una exageración o más probablemente una mengua de inspiración. Quizá sea debido a este clima estanco y enrarecido al que nos ha llevado la pandemia o porque, en su chifladura, el escribidor cree sentir el zumbido del meteorito que habrá de caer sobre nuestras cabezas. Pero lo cierto es que no hay día que no abra los ojos por la mañana, conecte los diarios digitales y no encuentre a un dinosaurio -no siempre el mismo, al contrario que en el relato de Monterroso- que le mira ufano desde el fondo del tiempo. Esta mañana ha sido don Sánchez-Dragó.
Resulta que los voxianos han creado, ellos también, una fundación que sirve de envoltura a un laboratorio de ideas [sic] en el que han agavillado a un puñado de ciudadanos viejunos y de cierta vitola entre los que se cita, notoriamente, el ilustre autor de Gargoris y Habidis. Dejemos de lado por consabido que estas fundaciones no son más que tingladillos destinados a dispensar mamandurrias entre los afectos y rastrillar subvenciones que flotan despistadas en el presupuesto público, en lo que el líder voxiano, don Abascal, tiene acreditada experiencia. En cuanto a la calidad de los productos intelectuales, tenemos en doña Cayetana o en don Monedero ejemplos insignes de lo que sale del matraz de estos laboratorios, que, por otra parte, constituyen la prueba empírica de que en la política actual la acción (el partido) y la reflexión (las ideas) viajan en departamentos separados. El intelectual orgánico de Gramsci ha externalizado la producción ideológica. Pero volvamos a los dinosaurios, esos seres fantásticos e inextinguibles.
Don Sánchez-Dragó ingresó tempranamente en el parnaso de la naciente democracia española con un ensayo titulado Gárgoris y Habidis -ya se ha mencionado- cuyo subtítulo anunciaba una historia mágica de España. Formalmente era una introducción arbitraria al irracionalismo histórico; materialmente, un mamotreto infumable, específicamente fascista, como dijo un crítico de la época. Hay que haber vivido en aquel puré del inmediato posfranquismo, mezcla de ignorancia, curiosidad festiva y deseo de novedades para entender por qué este librote registró setenta ediciones, según la wiki. Nuestro escritor venía de la militancia en el partido comunista, para la que fue reclutado por el hombre de la gabardina, Federico Sánchez, alias Jorge Semprún, en un momento de epifanía que tuvo lugar en el paseo de Recoletos de Madrid y que compartió con otros jóvenes universitarios inquietos. Valdría la pena indagar por qué dos comunistas, Sánchez-Dragó y Semprún, se entregaron a la fantasía histórica apenas empuñaron la pluma para cumplir su íntima vocación de escritores. Es como si la historia no pudiera entenderse sin una sobrecarga de mitología y la realidad que creemos tocar con las manos fuera un trampantojo. Sánchez-Dragó siguió por este camino en su desempeño como escritor y, sobre todo, como publicista, comediante de sí mismo y conductor de programas culturales en los que sus pesadísimas presentaciones (consulten youtube) se identificaban con un eclecticismo absoluto. Una sombra de su pasado le acosaba. Su padre fue asesinado durante la guerra civil y del silencio familiar que envolvió este suceso el joven Sánchez-Dragó indujo que los autores habían sido los rojos pues su familia era de derechas, y tuvo que ser en una mazmorra de la dirección general de seguridad a donde fue llevado por su militancia comunista, bajo la consabida mano de hostias, donde le fuera descubierto por boca del comisario Conesa (en España, siempre hay un comisario aclarando las cosas) que su padre había sido asesinado por los falangistas. Aquel suceso le inspiró su libro Muertes paralelas.
Un pasado en la niebla, unos hechos retorcidos, una memoria azarosa dan inteligencias volátiles, acomodaticias y huérfanas. Los más premiados, jaleados y omnipresentes de los intelectuales patrios de estas tres últimas décadas responden a este retrato. No es una cuestión solo local: ha sido el tiempo del pensamiento débil y del declive de los mandarines. Sánchez-Dragó hará un buen papel en su nuevo desempeño como fogonero de un think tank de extrema derecha, que necesita cantidades ingentes de mixtificación para adquirir peso y densidad. Entretanto, entornemos los párpados en la confianza de que siempre habrá un dinosaurio ahí, velando nuestros sueños.