Los programas de entretenimiento de la tele son también granjas de crianza ideológica que gestiona el productor/presentador del talk show, el cual trae a su vera a amiguetes de confianza, no muchos ni muy variados, para que luzcan en pantalla y le bailen el agua. Así que, como el público sabe, hay entretenimiento de derechas y de izquierdas. La famosa polarización, tan denostada por los biempensantes, empieza a la hora del recreo. El que se comenta en estas líneas es de derechas.
El programa más rutilante de la parrilla, conducido por un pelirrojo bajito, atlético e imperativo, trajo a una invitado habitual, un cirujano famoso, que comparece siempre ataviado con una indumentaria a manchas verdes y ocres, como si saliera de la selva o de un trinchera, y que le representa como una suerte de indianajones del bisturí. Además de sus destrezas en el quirófano, este cirujano de choque tiene labia, desparpajo, telegenia y una autoestima que revienta las costuras de su atuendo de camuflaje. Su misión básica en este programa es darse bombo a sí mismo y, en esa línea narcisista, dar estopa al gobierno y a su gestión de la pandemia, un empeño que ya ha practicado en ocasiones anteriores en el mismo programa y que sin duda le entusiasma, a él y a su huésped.
El pelirrojo le servía las preguntas con la sonrisa cómplice del ayudante que facilita el instrumental al cirujano jefe y este, en efecto, no dejó tejido sin sajar ni órgano sin eviscerar, teniendo sobre la camilla al portavoz del gobierno, don Fernando Simón, del que el cirujano enfatizó que no conoce, ni ganas, pero al que, obviamente, detesta. La intervención quirúrgica nos reveló que, el gobierno conocía desde enero la gravedad de la pandemia pero la ocultó por razones que ellos sabrán, y lo explicó con una parábola jatorra, de setas y rolex; también afirmó que una vacuna temprana traerá casos de encefalitis que alguien se tendrá que comer (sic); y que llevaremos mascarilla durante dos años por lo menos; y por ahí seguido para concluir con la consabida petición de que los políticos dejen la gestión a los expertos. Don Cavadas, que así se llama el cirujano de camuflaje, ajustó su idea de la pandemia a su experiencia de operar a vida o muerte y si el enfermo sale del trance, bien, y si no, lo sentimos pero qué le vamos a hacer. También hizo algo más: sumarse al coro de los opinantes sin saber de qué opinan, un hábito que la pandemia ha hecho viral, como se dice ahora. Pero no hay duda de que el cirujano de hierro tuvo más audiencia, y más aquiescencia a su mensaje, que todas las ruedas de prensa dadas por el gobierno. Una prédica simple, clara, enfática, de un experto ataviado con traje militar de campaña, emociona a muchos y da canguelo a otros tantos. La sonrisilla obsecuente del pelirrojo aún era más inquietante.