Las taifas claman al gobierno central para que declare el estado de alarma sin que se oiga la protesta de los libertarios chiflados y conspiranoicos, que sin duda acusan la derrota de los voxianos en el parlamento. Entre el virus y la libertad de ir de copas que predicaron los manifestantes de Nuñez de Balboa va ganando por goleada el virus. Hasta doña Ayuso, la avalista de aquella revuelta de pijos, ha pedido que se aplique un toque de queda en su taifa, pero recortadito, ajustadito a las horas más desiertas de la noche para no perjudicar a la hostelería. Entre la salud y la economía, hemos olvidado ya las ovaciones a los sanitarios, que se enfrentan a una renovada catástrofe, y ahora se empeñan en que nos solidaricemos con las penas de restauradores y vinateros, y, mientras lamentamos el veto a la cervecita y al gin-tonic, el virus cabalga desbocado. El último baluarte del honor patrio es también la última copa en el bar de la esquina.

Hemos de convenir, sin embargo, que el cierre de bares tiene una inesperada consecuencia para los jubilados andarines porque nos priva de las metas volantes donde aliviar las urgencias mingitorias en el circuito matutino, populoso de vejetes dispuestos a que el fin del mundo les sorprenda de pie y a paso de marcha. Quién sabe si algún representante de nuestro colectivo no saldrá en el telediario para hacer patente la queja. Esta mañana, un contemporáneo se descargaba en una de las garitas de piedra que jalonan el paseo de ronda de la ciudad y unos metros más adelante, una insólita ardilla gris saltaba desde la muralla a las cercanas ramas de los árboles que crecen en el glacis. Estado de urgencia, estado de alarma, estado de sitio, estado de naturaleza ¿será verdad que estamos mutando?

Por lo demás, las ordenanzas del encierro en la remota provincia subpirenaica son bastante laxas, y casi las mismas que había hasta ahora, si exceptuamos la prohibición de viajar fuera de la región. Se acabó, pues, ver el mar durante unas semanas. Pero podemos transportar sin contratiempos el virus de una localidad a otra dentro del vasto perímetro provincial en que la distancia interpersonal está garantizada: tocamos a diecisiete metros cuadrados por habitante, aunque el instinto comunitario es aquí centrípeto y más determinante que la ley de la gravedad. ¿Es la causa de que la modélica región haya llegado a más de mil contagios por cien mil habitantes y constituya el punto rojo más rojo del país? No sé si hay un término técnico para definir este estado de cosas, quizá contagio de rebaño, el antónimo de inmunidad de rebaño.