La memoria trae un cuentecillo del gran Julio Cortázar en el que se relata el efecto de una explosión en un gallinero. El narrador acompasa las opiniones desconcertadas y delirantes de las gallinas a su habitual pululación errática  y el efecto es de una comicidad insuperable. Las gallinas no saben qué les ha ocurrido pero cacarean sin freno mientras siguen a lo suyo, que es picotear de aquí para allá en busca de gusanos y granos de maíz. En castellano hay una frase hecha para describir esta situación, alborotar el gallinero, que tal vez inspiró a Cortázar  y sirve ahora para explicar la cacofonía en que está sumida nuestra clase política, como las gallinas de la fábula, bajo el impacto del último movimiento del rey emérito y su reconocimiento de que es un (presunto) delincuente fiscal. Por supuesto que la ley es para todos la misma, pero no todos somos iguales ante la ley, ha afirmado la siempre inspirada doña Ayuso. Entra dentro de las decisiones  individuales de la persona a la que usted se ha referido, distrae la portavoz del pepé doña Pastor en jerga rajoyesca. Es una conducta moralmente reprobable, asevera finamente don Bal, portavoz de los ciudadanos naranjos. Los podemitas se vienen arriba con aparato audiovisual y todo y, tras recordar que el rey fue nombrado por un cómplice del Holocausto –son gente ilustrada en Historia-, aseguran que la monarquía está en riesgo de implosión.

Como se ve, no hay manera de improvisar un argumentario, no ya convincente sino meramente coherente sobre esta cuestión que ha puesto al sistema en solfa. Pero que no se pueda improvisar, no quiere decir que no se pueda elaborar, aunque necesite un tiempo de maduración. Esta crisis es una oportunidad de oro, nunca mejor dicho, para que los dos partidos del llamado pacto constitucional lo renueven y legitimen una segunda restauración monárquica en la figura de Felipe VI. Los hilos que tejerán este pacto ya han asomado la punta. Don Sánchez, al que corresponde timonear la crisis, ya ha advertido que el rey emérito no está imputado y por tanto la presunción de su inocencia está vigente. En el subtexto de esta declaración debe leerse que la eventual imputación del rey emérito corresponde a órganos dependientes del gobierno –la fiscalía y/o la agencia tributaria-, y algo ha aprendido el gobierno de la operación que salvó a doña Cristina de Borbón de un marrón parecido. Hay recursos, hay voluntad, habrá resultados. Al otro lado del puente, don Casado también ha hecho su trabajo: ha desautorizado a doña Ayuso por inoportuna, ha condenado a los podemitas y su vídeo (lo que no habrá irritado al pesoe), ha revindicado el legado político del emérito y ha defendido la impecable trayectoria del rey reinante. Don Casado esboza el marco conceptual y don Sánchez avanza lo que será el operativo, y se encontrarán más pronto que tarde. Esta crisis ofrece una oportunidad a ambos: librarse de la presión que ejercen en sus respectivos flancos los partidos emergentes y ningunear a las formaciones periféricas.

Es fácil mostrarse incrédulo ante esta prospectiva en medio del guirigay pero hay algunos factores que invitan a tomarla en serio. El primero y más obvio es la aprobación de los presupuestos, que garantizan un largo plazo de estabilidad al gobierno y un periodo de reflexión al pepé para desembarazarse de su plumaje trumpista. Los otros dos factores son auténticos regalos de navidad: la vacuna y los fondos europeos. Un sostenido equívoco sugiere que las sociedades atribuladas buscan un cambio; es falso, lo que quieren es estabilidad, casi cualquier estabilidad. Don Sánchez y don Casado internándose en la bruma del futuro parecen Rick y el capitán Renault después de la balacera planeando futuros negocios juntos: presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad.