Más cornás da el hambre, que dijo no sé quién y es la consigna fatalista con la que las autoridades están lidiando a ese enemigo mortal de necesidad que es el coronavirus. La navidad es como la feria de sanisidro o de sanfermín pero con lucecitas en las calles y bolas brillantes en los escaparates. El buen pueblo no quiere perdérsela y ningún gobernante quiere que le señalen como responsable de haberla suspendido. Es lo que ocupa la cabeza de los políticos y lo que explica el guirigay de medidas contradictorias que regirán nuestros actos en estos días al término de los cuales ya está descontado que habrá una nueva oleada de contagios y defunciones, de la que ya tenemos indicios, hasta que, si dios quiere y los negacionistas no lo impiden, la vacuna acabe con el bicho.
Entretanto, y hasta que llegue el descabello, el torero no tiene más remedio que echarse al ruedo y todo son pases tentativos con la muleta, que si cuatro o seis en reuniones familiares, que si bares abiertos o cerrados, que si cuchipandas con la boca tapada o la boca abierta, que si con allegados o sin allegados, que si el toque de queda a las diez o a las once, etcétera, como si estuvieran redactando del reglamento a la vez que se desarrolla la lidia. Al final, el diestro se vuelve al público y le dice, ahí os quedáis, la responsabilidad es vuestra. La mala noticia es que la responsabilidad es individual y la peste, colectiva. El bicho no está ahí por propia voluntad sino porque alguien lo ha traído para que haga lo que le dicta la naturaleza. No obstante, los daños que provoca son limitados y la conmoción, breve y pasajera. La muerte no concierne a los vivos. El toro secciona la yugular del torero, oooh, el virus mata a dos docenas de viejos en una residencia, aaah. ¿Y qué?, ¿qué pueden esperar los viejos y los toreros en su circunstancia?
La lidia y la peste refuerzan o enfatizan el orden natural de las cosas. Eso explica que la derecha se maneje mejor en estos lances. Prueben a mirar la situación a través del autorrefractómetro, con perdón, ese aparato de los oftalmólogos para medir la calidad de la mirada. Lo que el paciente ve cuando apoya la barbilla ante el visor es una pantalla en la que aparecen, a la izquierda, el ministro don Illa y a la derecha, doña Ayuso, la presidenta de Madrid, y respondan quién de los dos parece más adaptado a la situación. El taciturno o la salerosa, el cauto o la intrépida, el racionalista o la chiflada. La pandemia terminará un día y habrá después un ajuste de cuentas en las urnas en el que los vivos esgrimirán a los muertos para atormentar a los candidatos a la poltrona. ¿Quién cree usted que ganará esa lid?