Don Casado ha tomado la pala para quitar la nieve de la entrada de cierto centro de salud madrileño. Los innumerables operadores de las redes sociales, que están en todas partes y todo lo picotean, como las palomas de ciudad, han rastreado su tarea con la pala para denunciar que la ha dejado a medio hacer. Una photo oportunity, dicen. Bien, es el tópico, pero me atrevo a sugerir que don Casado lo ha hecho como un trabajo forzado, no un acto cívico ni siquiera propagandístico de sí mismo, ni de apoyo a su fastidiosa correliginaria doña Ayuso, sino para el cumplimiento de una condena de trabajo comunitario que se ha autoimpuesto precautoriamente: una expiación pública por el asalto trúmpico al Capitolio de Washington. El pequeño líder del pepé forma parte de la legión de trumpistas que reniegan del jefe de la secta en el último minuto.
Don Casado, como el tipo de los cuernos que asaltó el congreso estadounidense, ha acusado muchas veces de ilegítimo y okupa al gobierno constitucional de don Sánchez. Lo decía porque lo decía vox y vox lo decía porque así se lo inspiraba el manual de Steve Bannon, que está a la cabecera intelectual del intento de golpe de estado en Washington. Don Casado es un tipo vehemente e ignaro que de repente ha descubierto que las palabras nunca se dicen a beneficio de inventario; las palabras no solo significan sino que tienen una capacidad movilizadora que, en lingüística, se llama valor pragmático o performativo. Esto no pudo aprenderlo en sus másteres ful de Aravaca. Así que, en cuanto ha experimentado los efectos devastadores de algunos discursos que él comparte, se ha puesto a hacer algo, cualquier cosa que distraiga a sus seguidores de su conducta pasada, a riesgo de ser ridiculizado por sus adversarios. La blanda, apacible nieve ha venido en su ayuda y una pala se consigue en cualquier ferretería.
Filomena ha llegado, bendita sea, para cubrir los estragos que en la derecha española empezaba a ocasionar el asalto al Capitolio. La ocurrencia instintiva de echar la culpa de lo acaecido en la capital del imperio a la izquierda era otro invento reactivo trumpícola pero tenía las patas cortas, aunque lo intentaron de forma refleja. Es un gesto típico de escolares de colegio de pago ante un desaguisado. Primero, echan la culpa al condiscípulo que está con beca y luego meten la cabeza en el libro de matemáticas o en el cuaderno de caligrafía para huir de la mirada del padre prefecto. Y ahí está don Casado, inocente y esforzado, paleando nieve, como un obrero, para salvar a España. ¿No es conmovedor?