Los animales silvestres ignoran la cautividad pero no son inmunes a sus tentaciones. De este modo el lobo se convirtió en perro. Nacidos y criados en la periferia de la civilización, la mezcla de astucia y necesidad del ser humano los atrajo a su terreno, los engatusó y finalmente los puso a su servicio. Los lobos deben calcular muy cuidadosamente los pros y contras del acercamiento a la hoguera que fulge junto al aprisco. Pueden encontrar carne fresca a la que hincarle el diente pero también pueden ser recibidos con una perdigonada lobera. En fin, es una decisión de alto riesgo. La misma que llevó a don Pablo Iglesias a reclamar el ingreso en el gobierno. Él y unos pocos más fueron acogidos en el festín de los pastores pero el resto de la manada se quedó fuera, en la oscuridad del bosque, esperando, desorientados.
Todo proyecto político inventa un mundo. El que se imaginó podemos era un valle exuberante de vida, poblado de especies anhelantes de justicia y libertad, sobre el que se cernía el dominio de una minoría ahíta y tiránica. La gente vs. la casta, una fábula muy simplona que sin embargo funcionó como motor de arranque en el aflictivo caos provocado por la crisis financiera de la década pasada, que, por añadidura, puso en evidencia el desgaste de los materiales de lo que se dio en llamar el régimen del 78. La indignación social generalizada por el estado de la nación buscaba a ciegas un cauce de representación política y ahí estaba un puñadito de académicos dispuestos a hacerse con el encargo: politólogos de laboratorio topaban con la oportunidad de levantar una revolución real según los algoritmos definidos en sus tesis doctorales. Los primeros impulsos fueron exitosos, no tanto por los propios méritos del nuevo agente político cuanto por la podredumbre acumulada por el bipartidismo, la monarquía y, en general, el funcionamiento del sistema. Por lo demás, el artefacto carecía de programa discernible, tenía una organización entusiasta pero de mírame y no me toques, y su único activo cierto y reconocible era su propio líder, don Iglesias, que demostró el arrojo y la perspicacia de un jefe guerrillero y desde el primer momento adquirió tonalidades mesiánicas.
El primer objetivo estratégico, no obstante, resultó fallido: no hubo sorpasso al pesoe. El viejo armatoste de aquel otro Pablo Iglesias seguiría siendo el partido de referencia en la izquierda, más aún con la llegada de don Sánchez al mando, que utilizó una retórica podemita para ganarse a los jóvenes socialistas y hacerse con el timón. En la tensión del esfuerzo, unidaspodemos sufrió una sangría de votantes y a falta de una ligazón ideológica solvente y de cuadros competentes, la improvisada organización se descuajeringó: confluencias, mareas, andalucistas, madrileños y otros abandonaron el barco. Quedó en pie el líder y su cerrado círculo de fieles y una treintena de diputados para alcanzar el segundo objetivo estratégico: entrar en el gobierno desde donde, según la mitología leninista, se cambia el mundo.
Don Sánchez veía este propósito, no sin razón, como una pesadilla porque su plan era hacer una política típica del pesoe, reformista en lo social y conservadora en lo económico con el voto mudo de la izquierda. El pesoe es un partido de poder, autosuficiente, y no necesita ni muletas ni estímulos, pero la aritmética parlamentaria no daba para aventuras en solitario. La terquedad de don Sánchez le costó a los votantes dos convocatorias a las urnas para que se convenciera, o le convencieran, de que la entrada de don Iglesias en el ejecutivo no era una pesadilla sino una oportunidad. Era la conversión del lobo en pastor alemán, que se parecen mucho pero no son lo mismo. Los podemitas obtuvieron cuatro carteras de las que solo una está operativa, la de trabajo, gestionada por su titular con eficacia y pulcritud socialdemócrata.
Ahora, en periodo electoral, el perro-lobo aúlla –en España no hay plena normalidad democrática y todo eso- pero, como dice descarnadamente un socio socialista, perdonándole la vida, Iglesias no tiene gestión, no hace nada, y tiene que hacer declaraciones estrepitosas para llamar la atención. Está por ver si los mensajes al viento son recibidos por su electorado, que vive en la oscuridad del bosque.