Los pimpollos afloran en las ramas desnudas y, por si no hubiéramos entendido el mensaje de la naturaleza, el campanero loco de la parroquia de San Miguel trepana nuestros tímpanos con el cuaresmal concierto de badajo que anuncia la resurrección después de la penitencia: perdona a tu pueblo, perdónale señor. En circunstancias similares, pero sin campana, los ñus de la llanura africana del Serengueti emprenden la migración anual ellos saben a dónde. En la fase de la evolución biológica en la que estamos, los bípedos implumes sabemos que hay que ponerse en marcha para salvar la semana santa. La razón científica nos dice que deberíamos permanecer en el hogar de invierno para evitar el reiterado riesgo colectivo que nos acosa desde hace más de un año, pero la razón científica es una adherencia epidérmica, y prescindible, impuesta a nuestra verdadera naturaleza, como sabe Victoria Abril. Dile a un ñu que no se vaya de vacaciones a pastos más jugosos porque en el camino le esperan un montón de cocodrilos y leones para zampárselo. Las vacaciones de semana santa es el periodo en el que conviven dos especies en la sabana: los encapuchados de la cabeza a los pies con un cirio en la mano y los desnuditos con un trozo de tela sobre el aparato genital, que conforman una escenografía de documental de la dos. Este año, ambas especies están amenazadas por un virus invisible y democrático.
El progreso ha interpuesto otra efeméride en el camino hacia las vacaciones de primavera. El 8M es una suerte de vado del río Mara. El feminismo ha traído un venturoso vendaval de razón histórica que estos días encuentra dificultades para abrirse paso en la letra pequeña, donde está la realidad, y no ha podido evitar el recurso a los titulares. Así, la manifestación anual de color violeta ha entrado en la confusión de la fiesta/nofiesta, que recorre el sistema nervioso del paisanaje y del gobierno cada vez que se trata de un acto masivo y festivo. No en vano los negacionistas más conspicuos son gente del espectáculo y el sujeto político más activo de estos días es el sector de hostelería. Parece que las feministas van a aceptar las condiciones de seguridad para la salud pública: comparecencias callejeras de menos de quinientas personas, que no son pocas, distancia de seguridad, mascarillas y todo eso, es decir, convertirán la manifestación en una procesión, un acto de energía social en un ritual escuálido. Tendrán así la imagen televisiva, que presentará un movimiento meramente testimonial. ¿No hubiera sido más operativo soslayar la polémica, renunciar a la calle este año y utilizar los medios de difusión disponibles, que no son pocos, para hacerse presentes y enviar un mensaje, no solo reivindicativo sino también cívico? Pero, a ver quién convence a un ñu, aunque sea hembra, para que no se arroje a la corriente del río Mara.