Una cuadrilla de ricachos ha sufragado la regularización fiscal del rey emérito. Cuatro millones de vellón. Es el espejo invertido de la escena que este escribidor y sus vecinos experimentan cada mañana cuando salen al mercado: una cuadrilla de mendigos subsaharianos se distribuye disciplinadamente a las puertas de cada súper del barrio para pedir limosna. El rey y el vecindario tenemos una corte: la suya es dadivosa; la nuestra, pedigüeña. El fascismo, vox, consiste en arremeter contra los segundos para salvar al primero. Dicen que la ayuda financiera al emérito ha sido a préstamo. Seguro que le van a reclamar la devolución con los intereses. En realidad, al darle el dinero a fondo perdido, los ricachos están haciendo una inversión por el modelo de sociedad que les gusta, presidida por una élite extractiva de la que el rey emérito es el cofrade honorario y para la que, con el tiempo, cooptarán a su hijo para el cargo.
La parsimoniosa regularización fiscal, si puede llamarse así, de la ignota fortuna del rey fugado está creando un héroe inesperado para una futura e hipotética batalla dinástica de la que es pródiga la destartalada historia del país. Juancarlistas vs. felipistas. Si las cosas se ponen lo bastante crudas, los separatistas vascos y catalanes elegirán a uno de ellos para que encabece su causa, como hicieron sus abuelos en el siglo XIX y sus padres en el XX. Mientras ese momento llega, el establíshment patrio está de los nervios. La famosa democracia plena, esa pedrada pirotécnica que lanzó don Iglesias para ganar titulares y dejar a los pánfilos boquiabiertos, se ha convertido en una roca volcánica sobre el tejado de la casa. Ayer, en una tertulia de periodistas desesperados, una participante afirmó que la fiscalía no puede intervenir porque don Juan Carlos es la marcaespaña. Sin darse cuenta, la periodista hacía un chiste de humor negro. No era el sentido que ella quería darle al término pero, en efecto, don Juan Carlos es la marcaespaña, como puede comprobar cualquier estudiante de bachillerato si echa un vistazo a su libro de historia.
Entretanto buscamos soluciones lógicas para salir del laberinto y lo más ingenioso que se nos ha ocurrido es que los desmanes fiscales del emérito los ha hecho a título privado. A este fin, se ha establecido una línea imaginaria entre el tiempo en que era inmune por ser rey y su nueva condición de ex rey, que por lo demás no termina de definirse. Para empezar, el propio emérito no se ha dado por aludido de esta divisoria en su biografía y ha seguido haciendo cosas de rey: tener amantes y disfrutar de los dones del trono y de los obsequios de la corte. Un soberano lo es siempre, desde la cuna a la tumba. Los republicanos vergonzantes intentan ocultarse esta realidad llamándole finamente el jefe del estado, un título que es accidental a su condición real porque, como nos enseña la situación vigente, la entronización del rey precede al sistema político, 23F mediante.
La distinción entre el rey público y el hombre privado data de la teología medieval, que inventó la noción de los dos cuerpos del rey. Uno sería el cuerpo místico, que simboliza el reino (lo que la periodista llamaría marcaespaña); el otro cuerpo es el que come, bebe, folla, duerme y pilla como cualquier mortal (aunque en mayor medida, como es obvio). Por supuesto, ambos cuerpos son inseparables e intangibles porque no se le puede despojar al rey del cuerpo simbólico sin derrocarle, y no se puede destruir el cuerpo físico sin acabar con el reino. A fuerza de palos, la gleba sintetizó este galimatías medieval en un refrán: vivir a cuerpo de rey.