Se acabó la drôle de guerre y empieza la blitzkrieg. Se acabó la anticuada guerra de posiciones y empieza la guerra mecanizada: golpes rápidos, simultáneos, inesperados, en varios frentes a la vez. El fragor de los panzer y el ulular de los stukas han sacado de su hibernación al mismísimo don Gabilondo, el metafísico. Se acabó la siesta, llega la primavera. La guerra empezó en Murcia, un sitio tan exótico y excéntrico como Sarajevo. La quimérica escuadra de Colón está destruida; los buques de bandera naranja se han pasado al enemigo y lo que quede de aquella fuerza navegará con bandera voxiana. En el agua chapotea el almirante de la flota imperial, don Casado, que mira a su alrededor en busca de un bote neumático que le rescate de los tiburones. ¿Qué he hecho para merecer esto?, se pregunta, si hasta iba a mudarme de sede para que se vea que voy de buen rollo.
La belicosa generala de la división madrileña, doña Ayuso, quiere convocar elecciones, que es como movilizar a los reservistas. Apenas unas horas antes, había alardeado de Madrid como ciudadela de la libertad asediada por el colectivismo bolivariano que gobierna en el resto del país, y mientras impartía doctrina, el enemigo ha entrado en el parlamento con una moción de censura. Al jefe de los guerrilleros, don Iglesias, el inicio de la ofensiva le ha pillado dando una teórica sobre Paca la Piraña. Despierta, chico, que no te enteras. El líder mecánico es un transformer que se ha convertido en Terminator, para decirlo en la jerga de juegos de playstation que inspira la doctrina de los podemitas.
De repente, la pandemia más pavorosa que haya conocido la humanidad en siglos se convierte en un anecdótico episodio de tifus en la batalla de Stalingrado. Nadie pasa a la historia combatiendo un virus: eso queda para los subalternos, como don Illa, del que no se sabe nada desde que ganó las elecciones catalanas. Cataluña es un agujero negro que traga a los héroes, llamados aquí constitucionalistas y allá botiflers, cuya osadía les lleva a ganar en las elecciones domésticas. Pero en este país del que dicen que es una nación de naciones, el turrón se corta y se reparte en Madrid y los indepes catalanes tendrán que abandonar sus batallitas de nyerros y cadells y ponerse las pilas ante lo que se les viene encima.
El frente andaluz está por ahora inactivo. Los voxianos quieren incorporarlo al teatro de operaciones pero el alto estado mayor del otro bando no se fía de la jefa de la división regional, doña Díaz. La autoridad superior no sabe cómo apartarla del mando y ni en sus peores pesadillas querría verla como beneficiaria de la victoria. Centenares si no miles de sillones, poltronas, escaños y demás sitiales de respeto tiemblan bajo las posaderas de sus ocupantes. Solo falta una cuarta ola de la covid y una pertinaz sequía de vacunas para que 2021 sea aún más memorable que 2020.