Doña Ayuso proclama, lenguaraz y jacarandosa: cuando te llaman fascista es que estás en el lado bueno. Un listillo replicaría en plan listillo: ¿en compañía de Hitler? Pero no se trata de eso. Esta supuesta réplica procede de una cultura discursiva extinta, es un vestigio no más revelador que una hebilla de bronce encontrada en un asentamiento vikingo. Nos dice cómo vestían los vikingos, no cómo vestimos nosotros. Para la presidenta madrileña fascista  no es un apelativo denigratorio sino lo contrario, y no porque sepa qué significa sino justamente porque no lo sabe. La denotación de este adjetivo funciona así en la cabeza de doña Ayuso: si me llaman fascista a mí, que soy la más glamurosa y lista del baile, debe ser un piropo.

Fascista es una reliquia del cementerio léxico del siglo pasado, igual que comunista, término que aplica doña Ayuso a sus adversarios. Ambos son significantes vacíos, que diría la pareja Laclau-Mouffe, inspiradora de los primitivos podemitas. Para este marxismo gaseoso, la materia de la política es un mosaico virtual urdido con significantes vacíos y ventanas de oportunidad. A los primeros se les da el significado que cuadra a cada momento y las ventanas sirven para entrar en la cancha y jugar el partido. Lo que no imaginaban los marxistas gaseosos es que la derecha iba a  apropiarse del invento y utilizarlo con notable pericia y ventaja. Las famosas fakes news, que nos traen de calle, son la quintaesencia de este modo de ver y estar en el mundo. La derecha deja a la izquierda la siempre ardua tarea de producir discurso; luego, si le gusta, lo compra, y si no, mete en la cárcel al productor o se ríe de él, como ha ocurrido esta mañana en el congreso de los diputados.

Imaginemos este cuento: en la era del consenso, doña Ayuso y don Iglesias compartieron pupitre en el colegio y cuando llegó la era barcénica sus destinos se separaron. Doña Ayuso dejó el bachillerato para hacerse un lugar en el mundo y empezó como secretaria de la mascota canina de una condesa consorte y desde ahí, peldaño a peldaño, llegó a dirigir el destino de seis y pico millones de madrileños con sus mascotas. Don Iglesias siguió enfrascado en librotes y en series televisivas de aventuras y poder en busca de la piedra filosofal, viajó a países lejanos y terminó convertido en una versión bidimensional del Che Guevara adaptada para dispositivos móviles. Y he aquí que el destino volvió a juntarlos y, como colegiales cuando el maestro abandona el aula, empezaron a lanzarse pelotillas de papel con mensajitos raros y palabras arcaicas, de cuando eran niños. La batalla electoral de Madrid también va de que el lenguaje recupere su relación con la realidad, ya veremos si lo consigue el catedrático de metafísica.

Nota bene. Que las palabras vuelen como pelotillas ingrávidas no quiere decir que hayan perdido por completo su carga de significación, solo que esta es percibida en el subtexto, como esos mensajes subsónicos que intercambian las ballenas o los elefantes. En esta ocasión, el mensaje emitido por doña Ayuso ha sido recibido con agrado por los cocodrilos abisales que habitaron en nuestro pasado.