Míster Biden, el emperador de occidente, ha estado en un tris de partirse la crisma no una sino tres veces cuando trepaba a trote cochinero por la escalerilla del avión presidencial. Los asesores y managers de míster Biden han resuelto que debe presentarse como no es, un viejo, y le obligan a comparecer en público dando brinquitos y carrerillas como si tuviera veinte años. Los viejos no estamos para satisfacer las fantasías de los jóvenes. Este escribidor lo sabe bien. El otro día, la pequeña Nahia desafió a su abuelo a dar un salto vertical sobre el propio terreno, como hacía ella. Al viejo le pareció un desafío fácil por el que ganaría la admiración de la nieta, y brincó, pero los zancajos no aguantaron el peso del cuerpo, perdió el equilibrio al tocar el suelo, trastabilló, y, bueno, como Biden, más o menos, pero contra la mesa del salón-comedor.

Los fabricantes de imagen del candidato socialista en la batalla de Madrid están en la misma tesitura pero han optado por la solución contraria a la de Biden. Sin duda han temido que don Gabilondo sufra un ictus si nos regala con unas palabras de su inabarcable sabiduría (en esa familia parece que toda la facundia la heredó su hermano Iñaki) y han decidido que no se trata de que el viejo se mida con sus destalentados y acrobáticos adversarios en un escenario de más gritos que susurros, sino que enfatice los rasgos que le han hecho famoso, por omisión, y haga de la necesidad, virtud. En el primer vídeo electoral, don Gabilondo se presenta como soso, serio y formal. No hay duda de que lo sea pero ¿a qué objetivos va aplicar estas virtudes de trapense?. He aquí el profeta hierático y mudo, la zarza socialista que arde sin consumirse. ¿Espera acaso provocar una revelación?

La decisión del candidato socialista y su corte de asesores es, en términos filosóficos, revolucionaria. Si nos observan desde algún punto de la galaxia, Sócrates, Aristóteles, el mismísimo Unamuno y todo el populoso coro de creadores y practicantes de la retórica política deben estar boquiabiertos. En occidente, el discurso es el eje de la persuasión pública, el tractor de la democracia, la puerta a las movilizaciones del demos. Soso, serio y formal son atributos pertinentes a un jefe de negociado o a un empleado de pompas fúnebres, no de un líder político. ¿Podemos imaginar a un Pericles adornado de estas virtudes? O a Napoleón, que llevaba siempre junto a sí un escriba para que anotara todas sus verbosas ocurrencias. El quietismo de don Gabilondo es más bien una cosa oriental y quizá en su partido esperan que le voten como quien ofrece un palito de incienso humeante a la figura oronda y dorada del Buda feliz y meditativo. Ya sabemos que al pesoe le ha pillado en pijama la convocatoria electoral de doña Ayuso pero ¿de verdad no tenían nada mejor que ponerse para salir a la cancha? En el circo de las elecciones madrileñas se exhiben trapecistas, tragasables, caballistas y payasas; nos faltaba un faquir inmóvil sobre la cama de clavos y ya lo tenemos.

Adenda: El principal enemigo de la democracia, del que se puede esperar razonablemente que la destruirá, es el cuerpo de asesores y consultores de imagen.