Cada día te levantas con la esperanza, casi la certeza, de que hay un mundo que te concierne más allá de la corrala que llevan los medios de comunicación a tu celda de confinamiento. Pero quiá. Ahí está el guiñol cada mañana, que nos transmite la ineludible sensación de que nos están tomando el pelo. Es, creo, un sentimiento más frecuente en la edad tardía en la que confluyen la experiencia del desengaño y la impotencia para cambiar la realidad o siquiera para adaptarse a ella. Para lo primero nos falta fuerza y tiempo; para lo segundo, flexibilidad y tolerancia. Pero ahí están los de siempre, jubilosamente entretenidos en desabrocharse la bragueta para mearnos encima.
Ahí está, por ejemplo, nuestro buen rey don Felipe, de visita oficial en ¡Andorra! dando las gracias a los andorranos por la acogida que dieron a los derrotados republicanos españoles hace ochenta y dos años. ¿? Si preguntas ahora a un ciudadano cualquiera, y más si es joven, y más si es uno de esos maestros de costumbres a los que llaman youtubers, qué significa Andorra para ellos, te responderán sin pestañear ¡paraíso fiscal! Sí, bueno, ¿y la acogida que dispensaron a los republicanos españoles? Aquí las respuestas posibles del interrogado son dos, o bien un arqueamiento de cejas que indica perplejidad o bien, más probablemente, una expresión del tipo, eso me da po’l culo.
Durante la guerra civil , a Andorra no le quedó más remedio que acoger a refugiados de los dos bandos y en su oferta de hostelería había dos bares, uno frecuentado por republicanos y otro por falangistas, más o menos como ahora, que no te miran el carné del partido sino el saldo bancario para alojarte en su territorio. La idea de que el rey (cuyo emérito padre está más cerca de lo que significa Andorra por razones reales que republicanas) agradezca a un tercer país los servicios prestados a aquellos cuya derrota permitió que él ocupe el trono es un ejemplo de tercerespañismo, esa teoría emergente que surge para obviar el pasado a costa de ocultar las cuitas del presente. La versión 2.0 de la amnesia que ha presidido el llamado régimen del 78. Pero este del rey no ha sido el tocamiento de narices más aplaudido de la semana que acaba.
El óscar ha sido para el desfile de prebostes del pepé ante juez para negar con una unanimidad sin matices que se hubieran beneficiado del dinero extracontable de don Bárcenas y ni siquiera que supiesen de su existencia. En esta miniserie no ha habido sorpresas de guión y el virtuosismo de la tomadura de pelo ha estado en la tecnología, en los efectos especiales, merced a los cuales esta sucesión de caras de cemento aparecía en un aura evanescente, como una visión de ectoplasmas. El efecto se deriva del sistema zoom o de videoconferencia utilizado por los graníticos testigos para sus deposiciones. Este sistema diluye el contorno de los rostros, altera la perspectiva y deforma los rasgos, la voz se oye cavernosa y la luz difusa otorga a la imagen una textura de pesadilla. El joven rey intenta ganarse el futuro con una impostura sobre el pasado; los prebostes del pepé intentan reconquistar el pasado con una mentira sobre el presente, y así vamos, pasito a pasito, hacia la nada.