Memorias de un votante podemita de 71 años.

El espectador se ve inevitablemente asaltado por una disonancia cognitiva cuando asiste a las andanzas e industrias de don Pablo Iglesias Turrión. La disonancia se establece entre lo que el líder podemita representa y lo que es. Lo que representa es consabido en términos generales: una izquierda que aspira a imprimir a la sociedad un cambio hacia un modelo más igualitario, más justo y más compasivo, provista de una ideología brumosa, a medio camino entre la tradiciones anarquista y comunista, entre el populismo social y el leninismo de estado. Nada nuevo, pues. Pero, ¿qué o quién es don Iglesias?, ¿un líder carismático?, ¿un visionario?, ¿un provocador?, ¿un saltimbanqui?, ¿un narcisista enamorado de su espejo?  La naturaleza del personaje admite tantas preguntas como las que rodean a supermán, otro benefactor de la humanidad, ya saben, aquello de ¿es un pájaro, es un hombre, etcétera? La perplejidad de este espectador permanece intacta desde que, hace ya un lustro, asistió por primera y única vez a un mitin de don Iglesias en esta remota capital de provincias, del que ha quedado constancia en esta bitácora.

No hay duda del carácter subversivo de las andanzas de don Iglesias, no en relación con la estructura de la sociedad, que permanece igual e impasible, sino en lo que concierne a los apoltronados hábitos de la clase política. La derecha no acepta su desparpajo, su osadía y el carácter desafiante de sus iniciativas, así que lo ha adoptado como la diana principal de su pimpampum. Ningún líder político ha sido acosado, hostigado y denigrado como don Iglesias en los últimos cuarenta años, quizá con la excepción de Adolfo Suárez en cuya lapidación participó hasta el rey. A la izquierda asentada y madurita, las tácticas de guerrilla de El Coletas  le sacan de quicio, aunque luego ha de aceptar que el guerrillero es inofensivo, incluso conveniente porque apoya al pesoe al módico precio de llevarse todas las tortas, dando a don Sánchez la oportunidad de mantener el freno de mano echado cuando aparenta que avanza. Claro que, si los movimientos y ocurrencias de don Iglesias tienen entre alterado y entretenido al establishment, no es menos cierto que tiene sumidas en el desconcierto a sus propias bases y en consecuencia los resultados electorales de unidaspodemos en distintas convocatorias regionales han sido entre discretillos y nefastos.

El mitin mencionado más arriba estuvo dedicado a la presentación pública de don Echenique como responsable de organización del partido, después de una primera purga de errejonistas cuyas consecuencias duran hasta hoy y tendrán efecto en las inmediatas elecciones madrileñas. La ironía reside en encomendar la tarea de conocer y gestionar sobre el terreno la textura del partido a una persona aquejada de inmovilidad física severa, lo que no ha librado a don Echenique de ser objeto de la inquina tabernaria de la derecha. Este tipo de fichajes, como se dice ahora, en los que se mezcla la moral progresista, valga decirlo así, y el impacto mediático, ha vuelto a repetirlo con la incorporación a la candidatura madrileña del presidente de los manteros, don Serigne Mbayé. La reacción, previsible, de la derecha ha sido inmediata: doña Ayuso ha respondido como la fascista que dice ser. Otra cosa distinta es el efecto real que el fichaje tenga para ampliar el caladero de votos de la candidatura.

Pero eso al líder no le importa. Él no actúa empujado por la realidad sino que arrastra a la realidad tras de sí para que actúe a su favor. La política como voluntad y representación (Schopenhauer, sorry) podría ser un buen lema para definir la conducta de don Iglesias, que deja la poltrona y la herencia gubernamental en manos de doña Yolanda Díaz, doña Ione Belarra y doña Irene Montero. El acto de despedida fue pródigo en discursos de autoelogio y efusión de lágrimas y abrazos de reconocimiento. El padre, el hermano mayor y el marido parte para la guerra de Madrid y en casa quedan las desconsoladas mujeres guardando el hogar, o la morada, para decirlo en la jerga del partido. Ya veremos en qué queda todo. Si la covid no nos invita antes a un paseo en barca por la laguna Estigia.