Fue a nuestro condiscípulo Pablito Ozcoidi al que debemos la primera luz sobre el significado de la humildad. Pablito, hoy presbítero y filósofo, acababa por entonces de ser reclutado por el opusdei y ejercía un esforzado apostolado entre sus compañeros de adolescencia cuando nos aleccionó sobre lo siguiente: la riqueza no importa, una marquesa puede tener un montón de joyas muy valiosas pero las guarda en una caja de zapatos, eso es humildad y eso es lo que cuenta. Aquel día aprendimos a ver la humildad como un falso amigo, un término que, traducido al lenguaje de la realidad y del sentido común, no significa lo que parece. El diccionario rae define la palabra como virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento / bajeza de nacimiento o de otra especie / sumisión. El contexto en el que hablaba nuestro compicurita era el propio de todos los movimientos contrarreformistas registrados en la historia de la iglesia católica, desde los franciscanos a los kikos, cuyo propósito central ha sido y es absolver a las clases pudientes del malestar moral de ser ricos sin que eso conlleve la penitencia de pagar más impuestos. La humildad como sublimación e impostura.
Pero ¿qué ocurre cuando la humildad se atribuye a los individuos que parecen traerla de serie? El lenguaje de la sociología ha creado un sinnúmero de términos más descarnados y exactos para definir a los que habitan la parte baja de la escala social: pobres, obreros, proletarios, marginales, desahuciados, precarios, o, para decirlo en la jerga pinturera y ofensiva de doña Ayuso, manteros, okupas y agresores. Cada una de estas palabras encierra sus propios matices y tiene su propio campo semántico pero en ninguna cuadra el adjetivo humilde. Por eso llama la atención que don Iglesias haya apelado al voto de la gente humilde en la presentación de su lista electoral en Madrid. El término ha sido destacado en numerosos titulares y en algunos medios se ha traducido por barrios humildes o zonas humildes con lo que un atributo moral se ha convertido en una definición de geografía urbana. Los nacidos y criados en uno de estos barrios no dicen jamás, yo vengo de un barrio humilde. La humildad es cosa de marquesas.
El irritante apelativo utilizado por don Iglesias, por lo que tiene de condescendiente y paternalista, da noticia de un hecho pavoroso: un sector de la sociedad de dimensión variable pero significativa, no solo está fuera de las expectativas del crecimiento económico sino también lo está del foro político y necesita un sobresfuerzo adicional tanto para conseguir empleo decente o conservar su vivienda como para que sus intereses formen parte de la agenda pública. Don Iglesias se ha atribuido el papel de tribuno de la plebe y, en alguna medida, el empeño funciona, según las encuestas. En todo caso, esta confusión semántica indica lo mucho que ha retrocedido la izquierda, hasta el punto de tener que ayudarse del lenguaje de Pablito.
Lo peor es que muchos de los que viven en estos barrios humildes no tienen derecho a voto, gente sin papeles y demas.
Así vamos mal. Pablo Iglesias lo tiene crudo.
Hola, Charles, gracias por tu comentario. Tienes razón, la abstención en estos barrios es estructural. Es un problema político que no se resuelve en el plazo de una campaña electoral. Pronto veremos los resultados. Un abrazo.