Todo indica que la metafísica está reñida con la historia; la prueba viviente, don Gabilondo. El candidato socialista en Madrid ha caminado durante semanas con un candil en busca del centro. La potencia de la luz que emitían los hechos hacían inútil el candil, pero todos nos inventamos un avatar para andar por la vida y don Gabilondo quiere ser un sabio de la Grecia clásica. Al final ha abandonado la búsqueda y seguido a don Iglesias por la vía de los hechos. Siempre ha resultado intrigante la relación de Aristóteles y Alejandro Magno y ahora la actualidad nos ha ofrecido la oportunidad de asistir a una representación de ese enigma. Aristóteles se resigna a que el motor de la historia es Alejandro y don Gabilondo sigue a don Iglesias, bien que a regañadientes, cuando este abandona el debate radiofónico para no dar una victoria a los persas voxiánidas.

La historia carece de centro de gravedad y por eso avanza a trompicones, bamboleándose, y en consecuencia, el centro en política es una entelequia. El centro es la línea donde se encuentran las fuerzas tectónicas de la derecha y de la izquierda, una línea imaginaria que carece de entidad autónoma  y se desplaza a derecha o izquierda según la correlación de estas fuerzas, las cuales a su vez son empujadas en uno u otro sentido por el mandato de las fuerzas económicas a las que estamos sometidos. En España, el centro como espacio político es un invento falangista, una adaptación del llamado pensamiento joseantoniano al franquismo fáctico, según el cual el dictador había acabado con la dicotomía derecha/ izquierda y alcanzado una síntesis que no puede llamarse sino el centro. No es casualidad que esta palabra mágica haya aparecido una sola vez en las siglas de los partidos en el periodo democrático y que el partido que la llevaba hubiera sido fundado por ex falangistas. La ucedé, como sabemos los viejos del lugar, implosionó por la deriva de las fuerzas que operaban en su seno, la mayor parte de las cuales se desplazaron hacia el partido de la derecha y una pequeña fracción hacia el pesoe, igual que ocurre ahora con los ciudadanos naranjas, cuyo candidato don Bal se limita a hacer aspavientos en los debates como si fuera un náufrago cuando ya sabe que arribará, y pronto, a las costas de la derecha, como la mayoría de sus correligionarios, y para que nadie se equivoque con la pantomima ya lo ha anunciado ofreciéndose a los votantes para ocupar el lugar que por necesidad les corresponde a los voxianos, siguiendo así la ruta histórica de los falangistas, quienes, pregonándose de centro, eran en realidad de extrema derecha.

El fantasma del centro dice oponerse a otro fantasma: la polarización. La sociedad no está polarizada, acaso desasosegada, inquieta, desesperanzada, porque todas las noticias que afectan al bienestar social son malas entre la niebla del coronavirus. Los despidos masivos en la banca, por ejemplo, ejecutados para satisfacer las necesidades de un puñado de plutócratas y que han descolocado al mismísimo gobierno al que sus adversarios llaman social-comunista. La sociedad vuelve inercialmente al bipartidismo que ha dejado de ser un factor de estabilidad para convertirse en un síntoma de riesgo. Los debates electorales, símbolo de la aplaciente y rutinaria seguridad del pasado, han reventado cuando en la mesa se sientan (o no comparecen) partidos que coquetean con el homicidio del adversario. Las amenazas al líder podemita, extendidas en esta  ocasión a un ministro del gobierno y a la jefa de la guardia civil, no pueden ser tomadas a broma. Primero, porque don Iglesias es el político más amenazado, hostigado y atacado en cuarenta años de democracia, así que cabe pensar que alguien quiere de verdad liquidarle físicamente, y segundo, porque las amenazas han sido ilustradas con munición militar. Estos hechos, en las fechas en que se cumplen noventa años de la proclamación de la II República, erizan el vello. Don Gabilondo, ojalá que próximo presidente del Madrid, ha decidido por fin prescindir del candil de aceite con el que buscaba el centro imaginario. Como se dice en la jerga de estos días: ha pasado pantalla.