Hay unos pocos sectores que medran en este periodo de apagamiento forzoso de la actividad económica y social, y una de estas actividades en alza parece ser la del envío postal de cartas cargadas con plomo. Probablemente, en la panoplia de emoticonos digitales que atesoramos en el disco duro habrá alguno que represente balas, cañones, bombas y demás simbología disuasoria pero si se quiere conservar el cariz tenebroso y, por supuesto, el anonimato del envío nada sustituye por ahora a la vieja y acreditada amenaza postal, a menos que el emisor sea lo bastante menguado o narcisista como para poner su nombre y dirección en el remite. Doña Ayuso ya no tendrá que darse importancia fingiendo en voz alta que estuvo en una lista yihadista porque ahora ya ha recibido su ración de amenazas emplomadas.
Ya sea por emulación, réplica, contagio, estrés o meras ganas de participar en esta competición macabra, el envío de amenazas de muerte a candidatos electorales, y otros, como el ex presidente Zapatero, se ha convertido en un síntoma inquietante del estado de ánimo de la sociedad. Que se recuerde, es la primera vez que ocurre, así que, aunque solo sea por eso, habría de preocuparnos. Al mismo tiempo, estas iniciativas del infierno deberían servir para rebajar la temperatura del debate político hasta el prosaico punto en que se hable de los intereses ciudadanos. Los muertos de verdad y en gran número los provoca la pandemia y si esta circunstancia universal, agobiante e inmediatamente perceptible no ha servido para establecer un lenguaje común entre los contendientes, menos se puede esperar que lo consigan unas balas embutidas en un sobre.
La amenaza ha encontrado a la presidenta de Madrid diciendo tonterías. Por ejemplo, sobre la libertad que pregona: Se puede ser una democracia plena y no ser libre. Puede haber democracia y puede no haber libertad (…) En Madrid puedes cambiar de pareja y no te la encuentras nunca más. Eso también es libertad, que eso no ocurre en todas partes, y por ahí seguido. A su turno, los voxianos ya tienen en el escaparate los adoquines que dicen que les tiraron en Vallecas y las balas dirigidas a los otros emborronan su relato, así que han obviado el asunto. Y, por último, don Iglesias lo ha convertido en el cohete espacial de su campaña con frases del estilo de, el fascismo es el rostro del poder cuando la democracia avanza o el fascismo se ha quitado la careta, solo respetan la democracia si ganan ellos. Las ocurrencias del líder podemita no son ridículas, como las de doña Ayuso, sino trágicas. Pero, entre la ridiculez y la tragedia habría que encontrar un término medio porque las encuestas insisten en que el electorado prefiere a la preciosa ridícula sobre el héroe trágico.