Los síntomas de la libertad que pregona doña Ayuso ya los disfrutamos en nuestra remota juventud, hace unos cincuenta o sesenta años. Madrugábamos de buena mañana para ir al tajo o al taller y los más pudientes al colegio de curas o a la gélida aula de la universidad, y cuando terminaba la jornada nos reuníamos con los nuestros, como dice la presidenta, para tomar una caña en el bar. Eran buenos tiempos aquellos en que la máxima expresión de lo que ahora se llama el ascensor social era currar unos años en Alemania para volver a la madre patria y montar un dispensario de espirituosos, lo que ha terminado por convertirnos en referente para todos los borrachos de Europa, como se ha visto en semanas pasadas.
Este régimen libérrimo estaba entonces vigente en todo el país pero por las arteras maniobras de los que todos sabemos es una libertad que ahora solo se disfruta en Madrid gracias a doña Ayuso. Incluso el enemigo que quiere privarnos de la cervecita es el mismo de cuando entonces: el comunismo. Cuando falleció el patrón y se hicieron cargo de la empresa sus herederos, hubo un tiempo de revuelo. Los comunistas salieron de las alcantarillas. Hubo reformas en el negocio, cambio del reglamento interno, reconversión industrial y despidos masivos como siempre pero la sagrada libertad de la cañita a la hora que te apeteciera no fue abolida. Lo que nos da una idea de la trágica tesitura en la que ahora estamos. Madrileños, despertad. Como dijo aquel otro alcalde de Móstoles en fecha famosa de la que hace ahora doscientos trece años: Es notorio que los …. apostados en las cercanías de Madrid, y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este pueblo capital. [Rellénese la línea de puntos con el nombre que corresponda; ahora no vale franceses, que bien que disfrutan de lo nuestro sino, por ejemplo, sanchistas o podemitas].
Bien, lo crean o no este es el mensaje central con el que doña Ayuso va a ganar las elecciones de Madrid, lo que plantea dos intrigantes preguntas. La primera es si de verdad existe esa entelequia castiza del Volkgeist romántico, el espíritu del pueblo que conserva su impronta a través de la evolución histórica, no importa el número y la profundidad de los cambios que registre una sociedad, ya sean económicos, tecnológicos o culturales, lo que produce en la población un estado de melancolía incurable susceptible de ser activado blandiendo el objeto que la representa; en este caso, la cañita de cerveza. Si es así, y parece que es así, apaga y vámonos.
La segunda pregunta es más personal y va dirigida a la izquierda trifásica: ¿cómo es posible que os hayáis dejado comer la tostada por esta tonta de remate? La pregunta despierta un mar de pensamientos sombríos, no solo por la incompetencia política que pone en evidencia sino porque, de alguna manera, nos aboca sin que podamos eludirlo a todo lo fallido que hubo en el llamado régimen del 78. La respuesta, si la hay, la sabremos más adelante. Entretanto, quedamos en compañía de la vergüenza.