La tierra es más dura que los sueños, y la historia también. La economía globalizada, que prometió la derogación de la ley de la gravedad y que los seres humanos tendrían el mismo peso específico que el dinero, ha resultado un fiasco. El dinero sigue volando por ahí, de un sitio para otro a su arbitrio, pero los seres humanos se han quedado clavados en el suelo, despojados de empleos y rentas y aquejados de estados alucinatorios según los cuales el territorio se mueve, las fronteras se quiebran y los individuos descubren nuevas identidades hasta ahora desconocidas. No debe ser casualidad que la recién oscarizada Nomadland se haya convertido en un signo de este tiempo. En esta peli, los damnificados por la economía globalizada pierden el empleo y la casa y se convierten en nómadas. El mundo se hace ancho y ajeno a su alrededor y deben construirse otra identidad, otras habilidades, otros horizontes, otros aliados y otros adversarios.
La humanidad en marcha hacia no se sabe dónde. No es solo que los catalanes quieran separarse de España y que los marroquíes quieran expandirse a Ceuta, pues al fin son manifestaciones que podríamos calificar del folclore tradicional de esta parte del mundo, es que los oregoneses quieren ser idahoenses. ¿Quién iba a decirlo? Sí, amigo lector, los habitantes de cinco condados del estado de Oregón, en la costa estadounidense del Pacífico, quieren formar parte del vecino estado de Idaho, que ya no sería Idaho a secas sino el Gran Idaho, como Mohamed sueña con el Gran Marruecos y don Puigdemont con la Gran Cataluña apenas consiga hacerse con los por ahora desafectos Països Catalans. Estos sueños de grandeza en un estado de indigencia son síntomas del desorden que nos gobierna: el hambriento sueña con pan.
Los humanos estamos obligados a explicarnos a nosotros mismos las manías y alucinaciones con algún adarme de racionalidad disponible, por escaso que sea. Los oregoneses quieren ser idahoenses por lo que doña Cayetana llamaría guerra cultural. Resulta que los separatistas no quieren pertenecer a Oregón porque está lleno de progres y no se sienten representados. En Idaho estarían como en casa: sermón evangélico, pastel de manzana y voto republicano. Es la proclama bíblica de los peregrinos que conquistaron el país, que la tierra que ocupas sea tu hogar y esté reglada por tus normas y creencias. La cosa es no aguantar al otro. Es lo que vienen intentando los sionistas en Israel con el resultado sabido.
La respuesta posible a este malestar por el lugar que ocupas en el mundo es de dos tipos. Si habitas un territorio marginal, la tendencia es a moverte en pos de la centralidad, que es lo que intentan los oregoneses y los indepes catalanes. Pero si tu hogar está en el centro has de conseguir que sean los otros los que vengan a ti. Es el programa que ha puesto en marcha doña Ayuso en Madrid. A ella, como a los oregoneses, le molesta horriblemente que en su país haya tantos progres pero, como no tiene a dónde ir porque está en el centro, lo que hace es succionar al resto del país y convertirse en gobierno alternativo del estado, al que exige exenciones fiscales y al que suplanta en funciones diplomáticas. Entre los catalanes que quieren irse y los madrileños que nos quieren gobernar, los demás no vamos a tener más remedio que pedir la incorporación al Gran Idaho.