Podría ser el argumento de una película de Disney: una tierna cría animal que no sabe a qué especie pertenece  vaga perdida por el bosque en busca de su papá y su mamá, y en el trance se encuentra con dos dinosaurios de piel arrugada y dientes amarillos y amenazadores, y el bebé, para que no se lo zampen de un bocado, les ríe instintivamente los rugidos, y entonces se da cuenta de que lo que les gusta es eso, y el temor inicial a ser devorado por los dinosaurios se convierte en deleite y complacencia por su compañía, quizá no sean mis padres, piensa la criatura, pero parecen mis abuelos. El parque jurásico español tiene más especies que las híspidas y cabreadas de don Felipe González o don Joaquín Leguina y he aquí que el tierno don Casado decidió pasar la tarde estival con otros dos seres prehistóricos, don Arias Salgado y don Camuñas, y hay que decir que se lo pasó pipa. ¿Quién no disfruta en una película de Disney?

Don Arias decidió elevar el nivel del debate político a la altura de las circunstancias y calificó de hijo de puta al primer ministro holandés. Grandes risas de don Casado pensando en que la próxima vez que se entreviste con Mark Rutte podrá decirle: en España hay un hijo de puta amigo mío que dice que tú eres un hijo de puta y  menos mal que lo eres para vigilar los fondos europeos que mandéis a mi país porque si no don Sánchez, que ese sí es un hijo de puta, se los fundirá en chiringuitos para los catalanes. Don Casado extrae sus esclarecedoras visiones sobre el país de sus títulos académicos que recibió como Peter Parker los súper poderes de Spiderman, por la picadura de una araña, y de los másteres que cursa un día tras otro en la academia platónica de maestros desabrochados y estivales, que enseñan deleitando, como los buenos.

¿Y cuál fue la premisa que trajo al primer ministro holandés al centro de la lección? Pues el titular de un periódico amigo, que como todos sufre de carencia noticiosa estacional y ha decidido halagar a sus lectores con un tópico de aceptación segura entre su público: El gobierno holandés pide supeditar futuros pagos a España a que cumpla los objetivos del plan: «No está claro. Hay dudas”. El subrayado final del titular –no está claro, hay dudas– es una aportación libérrima del periódico para embarrar, un poco más, al presidente del gobierno español pero es bastante improbable que provenga de un gobierno como el holandés, cuyo celo por los fondos públicos propios  le ha llevado a dimitir en bloque después de que obligara a miles de familias holandesas a devolver las ayudas recibidas de la asistencia social acusándolas de estafa. El parlamento de los Países Bajos resolvió que las familias sufrieron una injusticia sin precedentes a manos de funcionarios, políticos y jueces que los dejaron indefensos.

A simple vista, dos rasgos diferencian los ecosistemas en que viven don Rutte y don Casado, a saber, la primacía del parlamento sobre los otros poderes del estado y la dimisión como respuesta inapelable a la mala práctica política. Don Casado ser volvería loco en el entorno de don Rutte. En el ecosistema en el que vive y al que aspira a gobernar don Casado, un juez bien situado puede poner patas arriba la decisión del parlamento (no la práctica política, sino la ley) a riesgo de provocar miles de muertos y, al mismo tiempo dirigentes políticos, como los predecesores de don Casado, pueden decir lo que les dé la gana, sea verdad o no, cuando declaran como testigos ante un tribunal por un caso de corrupción. Quizá el próximo verano pueda don Casado hacer el cursillo estival en Holanda. Aprendería algo de provecho y de paso podríamos elegir pelis menos casposas que la que él protagoniza.