Historia y memoria III

Una  víctima de la represión militar en el verano del treinta y seis cuenta su experiencia. En su casa se recibe una orden de alistamiento en el ejército sublevado dirigida a su hermano mayor, detenido unos días antes y desaparecido. El testigo se dirige a la caja de reclutas con el oficio de la requisitoria y le dice al militar de la ventanilla que su hermano no puede comparecer porque le han matado ustedes. El militar le clava la mirada y replica, nosotros no matamos a nadie, si tu hermano no se presenta será considerado desertor y entonces ya veremos.  Entonces ya veremos, puede decirse que en ese momento se puso en marcha la amnesia en la que se moldeó la nación durante la interminable dictadura. La transición democrática y su innegable y benéfico éxito histórico fueron a la vez causa y efecto de esta amnesia, que en aquellas fechas había impregnado por completo la conciencia del común. Se predicó la reconciliación, pero era una petición ociosa porque la sociedad ya estaba reconciliada. La ingenuidad, quizá ineludible en aquel momento, consistió en creer que un país puede avanzar sobre el vacío de su pasado histórico.

Historiadores y memorialistas hicieron su trabajo y poco a poco la amnesia se fue disipando, si bien de forma desarticulada y sin que alcanzase al punto de condicionar la agenda política, hasta que llegó la ley de memoria histórica de don Zapatero y la amnesia y su antónimo, el recuerdo, entraron en el debate público. Esta ley tenía un doble propósito bastante modesto: restaurar el conocimiento y reparar la dignidad de las víctimas del bando vencido, y eliminar de la plaza pública los recordatorios y homenajes a la dictadura. Era una programa típicamente liberal y en una democracia consolidada como la española diríase que podría haber reunido un amplio consenso parlamentario pero no fue así. La derecha española está moldeada por el franquismo. La necesidad de aglutinar a su electorado bajo un paraguas reconocible (abierto y empuñado en origen por un exministro de Franco) le impide los matices y distingos que son propios de otras derechas europeas y su cohesión se basa en no interrogar al pasado; la derecha vive en una especie de presente agónico, lo que explicaría el discurso catastrofista de don Casado, del que forma parte la voluntad de derogar la ley de memoria histórica con la repetida excusa de no reabrir las heridas.

La crisis económica de 2008, de la que aún no hemos salido, rompió la armadura institucional del bipartidismo, dejó al sistema con las costuras al aire y a la sociedad flotando en sus circunstancias y preguntándose no solo por el mañana sino por el ayer. La quiebra del modelo socialdemócrata (felipista, en este caso) y su sustitución por un liberalismo depredador y corrupto (aznárida, en este caso) evidenciaron la desigualdad, los privilegios y los ángulos ciegos del sistema (las actividades privadas del monarca, por ejemplo). La incertidumbre reinante se pobló de fantasmas del pasado y llegó la hora de la guerra cultural, como anunció doña Cayetana.

Puede decirse que fue doña Cayetana la que llevó al parlamento la primera escaramuza de esta guerra cultural cuando acusó, falsamente, al padre del entonces vicepresidente don Iglesias de terrorista porque había militado en una organización antifranquista. Doña Cayetana circulaba así por la trocha abierta por don Pío Moa, un ex terrorista de extrema izquierda, este sí, de verdad, afectado por el síndrome de Saulo de Tarso y autor de una extensa bibliografía histórica destinada a divulgar la idea de que el golpe de estado originario fue la instauración de la II República y la sublevación de Franco, una mera consecuencia y una necesaria corrección del aquel error histórico. La obra de don Moa acumula innumerables lectores pero permanecía fuera del canon historiográfico aceptado, hasta que hemos oído a doña Cayetana y visto a un ex ministro de gobierno democrático defender esta tesis en presencia y con el acuerdo del jefe de la oposición, bajo la tutela voxiana.

En todos los países europeos se registran movimientos de revisionismo profascista pero están fuera del consenso democrático; aquí envuelven, alimentan e inspiran al primer partido de la oposición. Si te llaman fascista es que lo estás haciendo bien y estás en el lado bueno de la historia, como dijo la estrella ascendente del pepé, presidenta de la comunidad de Madrid por abrumadora mayoría y potencial futura presidenta del partido y quién sabe si del gobierno. España es diferente, como dijo un franquista.