La condesa consorte de Bornos, doña Esperanza Aguirre, a su manera resolutoria y desparpajada, ha llamado chiquilicuatres y niñatos a sus correligionarios al mando del partido. Diríase, y así lo han interpretado los más conspicuos analistas, que lo ha hecho como argumento para apoyar a su discípula doña Ayuso en la carrera para la presidencia del partido en Madrid, en la que está enfrentada al candidato de la casa matriz, aún no proclamado oficialmente pero que bien podría ser un personaje diminuto, atildado y de sonrisa ratonera que oficia de alcalde de la capital. La imprecación de la condesa consorte ha sido lo bastante estrepitosa como para alterar el ánimo de los así aludidos, lo que ha aumentado la trepidación mediática y ha favorecido la consecución del primer objetivo de doña Aguirre, que era distraer la atención del público sobre la corruptela doméstica y privada que se ha urdido en el palacete de su residencia familiar.
Doña Aguirre ha evidenciado durante su larga estancia en el servicio público dos hechos capitales. Uno, que su electorado es insensible a la corrupción de sus candidatos y dos, que, cuando las cosas parece que vienen mal dadas, lo pertinente es alzar la voz, meter baza y enredar lo que se pueda. Con este bagaje cultural y el punto de majeza con que la naturaleza ha adornado su carácter se ha mantenido en el candelero durante un tiempo interminable con la firmeza de una madama que parece la única que no ha pecado en la charca de ranas.
El empeño en propulsar a doña Ayuso al mando del partido en la región coincide en el tiempo con un lío familiar de doña Aguirre al que en casa han puesto el nombre de Don Valentín. Es un primoroso retrato pintado por Goya, herencia familiar, con el que doña Aguirre y su marido han mercadeado para salir de cierto quebranto de sus finanzas sin tener en cuenta, al parecer y según denuncia, los intereses de otros familiares con derecho sobre este bien. El tal Don Valentín es un término a la vez anodino y extravagante que recuerda a El Incunable que se menciona entre los burgueses encerrados sin remedio en la mansión de sus propios rituales e intereses (El ángel exterminador, película de Luis Buñuel, México 1962).
La derecha española está en busca de un estilo, y resulta apropiado que un retrato de Goya presida la deliberación. En la república independiente de Madrid se trata de saber a quién le sienta mejor el traje de chulapo o chulapa, y nadie lo ha llevado con más donaire que doña Aguirre, la cual está acompañada en el empeño por doña Cayetana, marquesa de Casafuerte, y con la autoridad que a ambas les otorga esta impronta goyesca debe aceptarse que postulen a doña Ayuso, moza de rompe y rasga, que ha demostrado un madrileñismo a prueba de bomba y un apresto en el cargo que para sí quisiera don Casado, a quien el traje, sea de chulapo o de capitán de húsares, le viene grande. ¿Para cuándo una zarzuela sobre esta inmortal tragicomedia?