Es universalmente sabido que nuestro rey emérito trincó cantidades ingentes de dinero, casi desde el mismo momento de su ascenso al trono, procedente de mordidas, comisiones y donativos que llegaban de fortunas generosas, principalmente de las petromonarquías del Golfo y otros tiranuelos del mundo árabe. Lo que no se sabía, o no sabía este lector, es que esa pasta sirvió, a juicio de su regio receptor, para financiar la transición a la democracia. Hubo, pues, democracia porque hubo dinero negro. Así puede inferirse de la lectura de la página cincuenta y cinco y siguientes de un libro recién publicado con el título de El jefe de los espías, una crónica de vocación hagiográfica y estilo ditirámbico, basada en los apuntes y dietarios del general don Emilio Alonso Manglado, director del cesid durante el periodo felipista. Parte de ese dinero subterráneo sirvió a la causa financiando a la ucedé, el partido fundador de la democracia, y de esta bolsa también se extrajo el viático de un millón de dólares con el que se intentó consolar a don Adolfo Suárez de su retirada de la política, forzada por el rey.
Don Manglano fue un militar de carrera eminente, monárquico patanegra, promovido a la jefatura del centro de inteligencia en los turbios días del ruido de sables a principios de los ochenta, con la plena, y prescriptiva, aprobación del rey, que sabía de su lealtad a la familia. Ahora vas a tener que cuidar de Juanito, le dijo Don Juan en su exilio portugués y, en efecto, el militar entendió que su misión de superespía era preocuparse especialmente de la jefatura del estado y del gobierno, por este orden, vale decir, para que hubiera buen rollo entre ambos y los representantes de las dos instituciones no la pifiaran de alguna manera.
En estos tiempos de tuits y memes se repite mucho que nuestro sistema es una monarquía parlamentaria, que todos somos iguales ante la ley y demás pacotilla conceptual, pero lo cierto es que el régimen empezó de facto como una monarquía constitucional, en la que el rey y el parlamento son cosoberanos, un ecosistema en el que los Borbones se manejan divinamente desde la Restauración. Don Manglano entiende esta cosoberanía y se pregunta si debe informar al rey o al presidente del gobierno. Los apuntes del jefe de los espías revelan la gran autonomía de que gozaba el rey para hacer valer su voluntad y organizar un ámbito privado a su antojo con el incondicional apoyo de las altas instituciones del estado convertidas a este fin en edecanes, mayordomos y demás servidumbre palaciega. En cierto momento, el rey pide al megaespía que le busque un piso para asuntos discretos, que el mandado encontrará en Aravaca; en otra ocasión, solicita un chaleco antibalas más ligero que el que tiene, regalo de Ronald Reagan; también requiere que se revise la calefacción de la casa de Majadahonda o examina con fines de renovación la colección de vehículos oficiales al servicio del rey. En fin, un sínnúmero de gestiones domésticas al servicio de quien tiene a su disposición todo el aparato del estado.
No por sabida es menos intrigante la familiaridad del rey emérito con sus homólogos árabes. Las comisiones recibidas de Arabia Saudí son las más conocidas pero hay otras. El rey de Jordania le regala una casa en Lanzarote; el rey Fahd, un yate, y por ahí seguido. ¿A cambio de qué? Los papeles de don Manglano ofrecen dos ejemplos de estas contrapartidas. En cierto momento, el rey sugerirá a su interlocutor de confianza que hay que preparar la entrega de Ceuta al rey de Marruecos porque Melilla se puede defender mejor. En otro caso, se produce un incidente, vívamente relatado en el libro, que afecta al gobierno porque este ha comprado petróleo a Kuwait sin el sobreprecio de las comisiones, lo que provoca un real cabreo al verse el monarca saboteado en sus negocios saudíes por el gobierno, bien que involuntariamente porque el yerro se corrigió de inmediato.
(Continuará)