Un nuevo modismo aparece en el repertorio de la política, la guerra y la diplomacia. Ataque híbrido parece designar un acto hostil que es producto de elementos de distinta naturaleza, como lo define el diccionario. Pero en el caso que nos ocupa no solo son de distinta naturaleza sino contradictorios en buena lógica militar ya que se trata de un ataque –una ofensiva o invasión- realizada por grupos informales de hombres, mujeres y niños desarmados, hambrientos y agotados por las penalidades. No hay precedentes de ataque híbrido desde la cruzada de los niños a principios del siglo XIII, así que ni es un ataque ni es híbrido. La situación tiene una explicación más fácil.

Bielorrusia, que está gobernada por un tirano con maneras de gánster, ha empujado a la frontera polaca a varios miles de refugiados en busca de asilo con el evidente propósito de  provocar a la unioneuropea. Rusia se ha incorporado a la causa con dos bombarderos sobre la zona, para que no haya duda sobre la dimensión territorial que puede alcanzar el conflicto. La carne de cañón empleada en la operación procede de Siria, Irak y Afganistán, los países irredentos a los que las democracias occidentales dizque quisieron democratizar por el procedimiento de dar una patada al avispero y sálvese quien pueda. El uso de migrantes como expresión de fuerza contra un país vecino empieza a popularizarse. España lo experimentó en el asalto a Ceuta en mayo pasado y hay que esperar en que se convierta en una táctica sostenida.

Los estados autoritarios lindantes con Europa saben del potencial desestabilizador que la migración tiene en los países ricos y lanzan un mensaje en dos términos: a) tenemos desarrapados de sobra para incordiaros sin tregua y b) estamos hasta el gorro de vuestras murgas humanitarias y nos la sudan vuestras lecciones sobre los derechos humanos. Eso sin contar que estos países tienen la llave del gas. Han dado en la diana. El miedo a los migrantes es ahora mismo el único ingrediente desestabilizador en los países de la , medible en términos de ascenso de la extrema derecha cuyo discurso pregona por elevación que los migrantes forman parte de una conspiración para sustituir a la sociedad blanca y cristiana por otra de morenos y musulmanes. Todo esto parece tosco y delirante pero vox es la tercera fuerza en el parlamento español y su equivalente polaco ocupa el gobierno en aquel país.

Polonia es un país tembloroso y sufriente, de identidad irritable, que ve, no siempre sin razón, enemigos al este y al oeste y esta es una de esas ocasiones: se siente invadida por la legislación europea desde occidente y amenazada por los infelices que manipula el bloque ruso en oriente. Entre tantos lamentos, Bruselas parece inclinarse por financiar, finalmente, la erección de muros y alambradas en las fronteras de la unión. Falta un paso para que el proyecto europeo se fosilice en el escenario de El desierto de los tártaros, donde a resguardo de una fortaleza onírica languidecemos a la espera de un enemigo que no llega nunca porque no existe.