Los asesores están en almoneda. Como diría un comercial, es un buen momento para hacerse con uno y, mediante la tarifa acordada, dejarle que nos arrulle sobre lo muy prometedor que es nuestro futuro y lo que tenemos que hacer para conquistarlo. El asesor por antonomasia, don Iván Redondo, está en busca de empleo y sobrevuela la mediosfera asperjando su medicina para el difícil empeño de ser el más grande. En un artículo de periodicidad semanal ofrece una mezcla de banalidades y jabón al mejor estilo de un profesional de las relaciones públicas. Rasputín se ha convertido en Paulo Coelho.
La política es voluntad y representación, como diría el otro. Voluntad para conseguir que la mayoría piense como el líder y representación de este para encarnar el ideal que pregona. Ambas premisas están de capa caída. La voluntad ha de ejercerse en un mundo caótico, infectado de libertarismo y en el que actúan fuerzas sobre las que el político no tiene ningún control: pandemias, bloqueos del tráfico marítimo, precios de la energía disparatados, por mencionar solo los que ocupan estos días los noticieros. La representación no arrastra mejor suerte, los significantes tradicionales –socialista, liberal, fascista, comunista- han perdido el significado y la invención de sintagmas nuevos –agenda progre, ataque híbrido, hoja de ruta, agenda verde, derecho a decidir-, que intentan referir una proyección temporal, o histórica, apenas son destellos momentáneos de idiolectos privados, insignificantes en el azaroso presente continuo en el que vivimos.
En esta atmósfera abrasiva, los fósiles, como don Aznar o don González, aún parecen estar vivos e imparten doctrina como si ellos mismos se creyeran que lo están. En cambio, los recién llegados, gentes con arrobas de autoestima, arrojo y desdén por la realidad, han seguido una suerte entre aciaga y no muy prometedora, no por su propios y escasos méritos en la campo de batalla, sino por la calidad del andamiaje que los soporta. Don Sánchez y don Casado, sostenidos por estructuras partidarias de cierta robustez, se tambalean en sus atalayas, hacen equilibrios y no les llega la camisa al cuerpo. Los otros jóvenes machos alfa, como don Iglesias o don Rivera, que carecían de este soporte, han tenido que abandonar la cancha para dedicarse a la enseñanza, la actividad propia de las primadonnas jubiladas prematuramente.
Don Iglesias ejerce la docencia desde tertulias y programas radiofónicos. El ex líder podemita es un creyente del poder mediático y en algún momento de ofuscación entendió que el asalto al palacio de invierno era un videojuego. No de otro modo se explica que le pareciera una buena idea obsequiar al rey don Felipe con el pack completo de Juego de Tronos. ¿Qué creía que podía enseñarle una serie de televisión a un Borbón en materia de tronos? A su turno, don Rivera, que se ha apeado del partido que fundó pero no del ego que le llevó a fundarlo, imparte la asignatura de liderazgo (otro significante huérfano de significado) en un máster a medio camino entre el vacío y el circo al que ha invitado a impartir clases magistrales a otros expertos en liderazgos nonatos como él: don Vargas Llosa, don Ruiz Gallardón y, tachán, don Tony Cantó.
Por cierto, la última entrega de la serie de don Iván Redondo en la prensa lleva el inquietante título Yolanda Díaz puede ser presidenta. Inquietante para la aludida y sus seguidores, claro. Ministra, cuídese de los gurús, cuyas pócimas mágicas la pueden convertir en un personaje de tebeo.