Frente amplio es como han definido algunos comentaristas a un imaginario proyecto que presidiría la ministra de trabajo, doña Yolanda Díaz. El sintagma se ha repetido estos días a raíz de la reunión de buen rollo que ha mantenido en Valencia la vicepresidenta con otras mujeres en altos cargos electos, representativas más de un estado de ánimo que de un programa discernible. Amplio es un calificativo que refiere lo extenso y dilatado, y nada hay que responda mejor a estas cualidades que el vacío. Frente es, a contrario, un término más concreto, procede del léxico militar y denota una línea de batalla que requiere trincheras, puestos destacados, fuerzas en reserva y un mando unificado. Los frentes no han tenido mucho éxito en nuestra historia política, siempre a la defensiva, no pasarán, con los resultados sabidos. Doña Díaz ha sido consciente de la confusión a que pueden arrastrarnos las palabras y un robusto sentido común le ha llevado a rebajar las expectativas creadas, o inventadas, en la reunión de Valencia, a la que don Casado ha llamado aquelarre con esa fineza de lenguaje adquirida en las universidades veloces donde se ha licenciado en lo que sea,.

En el paisaje brumoso e incierto de estos días, la vicepresidenta y ministra de trabajo es la política que goza de más crédito en la opinión pública, por lo que dicen las encuestas. Hay al menos un par de buenas razones para que sea así. La primera es que todo lo que hace en su área de competencia tiene que ver con las cosas de comer: salarios, condiciones de trabajo, pensiones,  en resumen, las necesidades y agobios que ocupan a la mayoría de la población. La segunda razón está en que lo que dice, por más improvisada que parezca la respuesta, lo ha pensado antes y es clara, convincente y confiable. La agenda social del gobierno lleva su nombre. La patronal ha detectado el peligro y ha empezado a establecer cortafuegos frente a sus pretensiones.

No obstante, por ahora, la tarea de doña Díaz consiste en zurcir el viejo y ajado tapiz del estado del bienestar. Es una ocupación que despierta simpatías porque se inscribe en las políticas del cuidado, que postula el movimiento feminista, y porque nos devuelve a un pasado socialdemócrata al que debemos lo que queda de nuestro patrimonio común. Pero falta saber todo lo demás: los límites de esa amplitud a que alude el eslogan.

Doña Díaz, que solo milita en el minúsculo partido comunista  –eurocomunista, por decirlo en la jerga de antaño, de cuando tuvo una participación decisiva en el establecimiento de la democracia- y no en ninguna de sus superestructuras posteriores (izquierdaunida, unidaspodemos), ha formulado una premisa no por previsible menos osada: los partidos son necesarios para vertebrar la acción política pero el protagonismo de esta corresponde a la sociedad. La reflexión es un buen intento para devolver la confianza a los peatones de la historia pero como empeño requiere una fuerza ciclópea y un ingenio inédito. Los partidos, con su racanería, su doblez y su ensimismamiento, son imprescindibles para la estabilidad del sistema. El gran dinero los quiere así porque así son previsibles y manejables y en cuanto al buen pueblo, basta echar un vistazo a un vagón de metro pletórico de viajeros absortos en sus dispositivos móviles para comprender que han delegado su poder, si es que lo tuvieron alguna vez, en los políticos que cacarean en el parlamento y en las tertulias de televisión. Ánimo y suerte, ministra.