En la muy madrileña cúpula del pepé se ha desatado un debate sobre preceptiva musical que a los paisanos de la remota provincia subpirenaica nos recuerda los abstrusos y airados cruces de opinión entre el director de orquesta Javier Bello Portu y el crítico musical Fernando Pérez Ollo, allá por los remotos setenta. La cosa en el partido de la derecha va de si una orquesta debe tener o no solista. El director de la orquesta, don Casado, dice que no; la solista, doña Ayuso, dice que sí, y el concertino, don Almeida, que, bueno, solistas sí pero sin desafinar.

En el estado mayor del pepé siguen una secuencia inversa a la que describe Julio Cortázar en Las ménades. En este cuento del escritor argentino, el público asistente a un concierto se ve arrebatado por la excelsitud de la música y poseído por un estado de entusiasmo febril que le lleva a asaltar el escenario, apoderarse de los músicos y canibalizarlos. En el pepé parece que quieren recuperar la partitura antes de que el canibalismo acabe con la orquesta.  

Pero no se engañen, la riña entre don Casado y doña Ayuso no se debe a una crisis de partido sino a la euforia que provoca el crescendo de la sinfonía ultraderechista. Las acariciantes encuestas demoscópicas lubrican un día sí y otro también la expectativa de que un bloque reaccionario llegue al gobierno, toda vez que la coalición con los neofascistas voxianos se da por supuesta. La pugna entre don Casado y doña Ayuso para portar la bandera en la próxima manifestación de los polis, lo más parecido a un desfile militar, da noticia de su confianza en la victoria. Sus caras exultantes serán las únicas que se distingan al frente de la procesión de máscaras pues los manifestantes, por razones profesionales, desfilarán oculto el rostro, firme el ademán.

A la vez, todo lo que ocurre parece confabulado contra don Sánchez y su gobierno, y no solo las protestas de funcionarios policiales o de la patronal del transporte (la que debilitó al gobierno de Allende y propició el golpe de Pinochet en Chile, como recuerdan los viejos del lugar), sino otras eventualidades que parecen brotar de la naturaleza del sistema y sobre las que el gobierno no tiene ningún control, a saber, el retorno de la pandemia, el alza de los precios, el insuficiente crecimiento económico, el reparto de los fondos europeos que aún no han llegado, para mencionar los más obvios. En esta mar revuelta hay algunas buenas noticias, como las referidas al empleo, que flotan malamente en un inabarcable malestar general, el del prisionero que ha cumplido la condena pero no le abren la puerta de la cárcel, el del caminante que a cada paso ve alejarse el pozo de agua. En este desconcierto, don Casado y doña Ayuso se disputan la batuta.