El viejo ha dedicado un rato de esta mañana a flagelarse con la lectura de la reseña laudatoria que el ex director y factótum de El País, don Juan Luis Cebrián, dedica en las páginas de este diario al libro de título Políticamente indeseable del que es autora doña Cayetana por Antonomasia. El contenido del libro es una mezcla de divagaciones, autobombo y memorial de agravios destinada a sacar brillo a la posición marginal de la autora en su partido en particular y en la política del país en general, como que ya se ha comentado en esta bitácora. El título de la reseña periodística es homérico, La batalla interminable de nuestra Dama de Hierro, y el contenido, jabonoso: brillantez literaria, temperamento apasionado, dice el reseñador  de doña Cayetana, y añade, agárrense, su independencia nos retrotrae a la prehistoria de la democracia, cuando en 1689 el parlamento británico reclamaba la libertad de palabra de sus miembros y declaraba los derechos y libertades de los súbditos frente a los excesos y abusos de la corona. Dejando aparte de que aquí y ahora la corona no está para que menten sus excesos y abusos, el reseñador, a renglón seguido, afirma que esa libertad prehistórica es la que reclama la marquesa de Casa Fuerte frente al aparato de los partidos, el suyo y los demás, aquejados de cesarismo. Si no fuera el firmante de la reseña quien es podría decirse que se trata de un bromista o de un marciano pero tratándose de don Cebrián es inevitable pensar en un cínico.

El término partitocracia en sentido derogatorio y como sinónimo de democracia lo trajo al debate público, hace más de cuarenta años, un ministro de Franco,  Gonzalo Fernández de la Mora (por cierto, colaborador de El País), y resume bien el talante ideológico de un tecnócrata conservador partidario de un régimen autoritario. En la medida que la democracia española es hijuela de ese régimen y fue diseñada por sus herederos, en efecto, es una partitocracia. La ley electoral vigente, que nadie ha insinuado que vaya a reformarse, es anterior a la constitución y  en consecuencia consagra el modelo porque no solo está diseñada para favorecer mayorías conservadoras sino para asegurar también una uniformidad de criterio y actuación con imperio en todo el territorio nacional, lo que explica el encabronamiento que provoca en los sedicentes constitucionalistas, -doña Cayetana et alii- un gobierno de coalición donde las voces son plurales. La relativa excepción a este diseño se da solo en el París Vasco y Cataluña, donde el previsible beneficiario del sistema son siempre las derechas nacionalistas, y explica que tampoco estas hayan querido modificar en sus territorios la ley que garantiza su hegemonía regional y que permite que se requiera su acuerdo para formar mayorías de gobierno en Madrid.

El artículo 67 de la constitución, que citan como salvaguarda doña Cayetana y don Cebrián, según el cual diputados y senadores no están sujetos al mandato imperativo de sus electores, no es para dar libertad a los representantes del pueblo sino para establecer un filtro o una barrera entre estos y quienes les han elegido, cuyas demandas e intereses interpreta y gestiona el partido, el órgano que fija la estrategia y las listas electorales para llevarla a cabo, y coloca a fulano o a mengana en puestos de salir elegidos. Doña Cayetana no ha sido diputada por Madrid ni lo es por Barcelona porque así lo hayan querido madrileños y barceloneses, ni siquiera los de su partido, sino porque así lo decidió el césar del pepé, que es el titular de la sigla y de la papeleta.

Lo entienda o no la señora marquesa, el sistema la convierte en una cortesana, a la que nadie impide publicar un libro a su mayor gloria pero es sancionada si pulsa la tecla prohibida en el panel de votaciones de su escaño parlamentario. Parece increíble tanta ignorancia en una doctora por Oxbridge pero aún es más increíble que don Cebrián le baile el agua a la pueril consigna de los libres e iguales que pregona la marquesa como si estuviéramos en la Inglaterra del rey Guillermo, cuando el parlamento estaba ocupado por nobles aforados, terratenientes y grandes comerciantes, y nada nuevo hubiera ocurrido a la humanidad desde el siglo XVII. Hay una curiosa relación histórica entre doña Cayetana y don Cebrián. La primera representa una herencia rutilante del régimen del 78 y don Cebrián fue uno de sus esforzados guardianes y beneficiarios; es lógico que se sientan imantados.