Mascarilla en la calle, vacunas a mansalva, a cuidarse y que dios reparta suerte. Es la felicitación navideña de don Sánchez, que ha comprendido que, a estas alturas, la mejor respuesta a la pandemia es dejarla a su bola. Ya amainará. El virus al que hemos llamado SRAS-CoV-2 se ha convertido en el galimatías que anuncia su nombre. Todas las cosas invisibles e ignotas, ya sean infinitamente pequeñas como un virus en la nariz o infinitamente grandes como una estrella en una galaxia remota, reciben nombres parecidos en su rareza; es una manera de expresar que no sabemos cómo hacer la cosa inteligible. Ajeno a esta circunstancia, el virus ha licenciado en biología molecular y salud pública a una legión de individuos de toda ocupación, políticos, jueces, tertulianos, cuñados, cada uno con su diagnóstico en el bolsillo y don Sánchez ha preferido eludir el debate y tener la fiesta en paz pues es sabido que el gobierno es responsable de todo lo que ocurre y lo que deja de ocurrir, así que, sea lo que dios quiera.
Vacunistas o negacionistas, ordenancistas o libertarios. La pandemia se ha convertido en un referente político que ha alterado las divisiones clásicas y lleva a perder elecciones si el político no sintoniza con el estado de ánimo mayoritario de la población, que, cualesquiera que sean los matices de cada caso, ahora mismo tiene como denominador común la fatiga y la desconfianza. Así que, cuantas menos explicaciones, sugerencias, recomendaciones y ordenanzas se hagan, mejor. La fórmula gubernamental es tan obvia y liviana que no se espera que despierte mayor oposición, aunque nunca falta algún cascarrabias. Un poco de efecto placebo con la mascarilla callejera; más vacunas, que siempre han funcionado desde que las inventó Jenner en 1796; autocuidado porque si no te cuidas a ti mismo, no esperes que alguien lo haga por ti, y a cruzar los dedos, que viene un invierno de aúpa.
La fórmula de Navidad sin constricciones de don Sánchez se acerca a la de doña Ayuso, que a su vez ha reconocido la gravedad de la situación y ha cedido en su primer impulso de fomentar reuniones a calzón quitado. Acaso sea el comienzo de una gran amistad entre ambos. Hemos sobrevalorado las potencialidades políticas de la pandemia y aún más sus efectos morales. No nos hará mejores ni peores, ni siquiera alterará las dinámicas internas de la sociedad. Los ñus que pastan en las llanuras del Serengueti emprenden al unísono un vertiginoso galope cuando son acosados por sus predadores. La carrera dura unos segundos y en ese tiempo algunos ñus piensan que les gustaría ser de otra especie animal para trepar a los árboles y no padecer estos sobresaltos, otros sueñan en que quizá puedan hacerse con el liderazgo del rebaño si los leones se comen al titular, a otros les complace la descarga de adrenalina porque ayuda a la digestión de la hierba, hasta que la carrera termina porque los predadores ya han conseguido una presa que se ha quedado atrás y los supervivientes vuelven a fijar su atención en la calidad del pasto, en el precio de nécoras y percebes y en que en febrero hay elecciones en Castilla y León. Entretanto, se ha llegado a un acuerdo para la reforma laboral, como prometió doña Yolanda Díaz, ministra de trabajo. Es un hito político indudable, que afectará para bien a millones de personas, pero ¿a quién le importa cuando vamos de estampida hacia el año nuevo con una mascarilla en la cara?
¡Los mejores deseos para estas fiestas y para el año que viene!