A principios de este confuso siglo, en los felices días del dinero fácil y la deuda impagable que precedieron al petardazo de goldmannsachs, que nos sumió a todos en la miseria, este escribidor fue contratado para cierto trabajo literario por una empresa editorial especializada en enciclopedias, fascículos semanales y libros de contenido menudo y fácil digestión. El jefe de producción de la empresa  mostró al escribidor alguno de los productos en curso de fabricación. Uno de ellos era una colección de fascículos sobre la tauromaquia, en el que, como es uso en este segmento de mercado, cada fascículo se vende con una figurita alusiva al contenido del cuadernillo. Toreros en lances de la lidia, en este caso. Y estas figurillas, ¿también las hacéis vosotros? No, esto lo hacen los chinos. ¿Quieres decir que los chinos pueden reproducir en un pegote de plástico de ocho centímetros de altura la majestad de la fiesta nacional? Los chinos lo pueden todo, fue la respuesta del editor.

Estos días hemos vuelto a saber del poder chino. Las indagaciones de la prensa han descubierto la empresa en cuya nómina figura el  hermano fraterno de la presidenta doña Ayuso y a través de la cual llegaron las dichosas mascarillas a la república independiente de Madrid. La empresa tiene un nombre extraído de la poética china, artesolar, aunque bien podría haberse llamado gran salto adelante, y se dedica sobre todo a proveer de artefactos para la iluminación pública, bajo cuyo marbete el hermano Tomás hizo algunos otros negocios con la administración que preside la hermana Isabel. Pero, con la pandemia en pleno borbor, ¿quién necesita farolas?, así que artesolar pasó a proveer de mascarillas con la misma presteza que hubiera podido proveer de toreritos de plástico si fuera necesario. Fueron mascarillas madeinchina, no homologadas, de calidad inferior a la contratada y de mayor precio para dar lugar a la mordida, pero le permitieron a doña Ayuso uno de los primeros golpes de efecto propagandístico en su infatigable batalla con el gobierno central durante aquellos días terribles. Entonces, ya debía saber la presidenta que aquello era un pufo pero su estrategia consiste en no dejar de pedalear si quieres mantenerte en la carrera. La pregunta de cómo un madrileño estándar como don Tomás Díaz Ayuso pudo adquirir mascarillas en un mercado tan ignoto como el chino ya esta contestada: artesolar.

El dueño de la empresa es don Shengli Chen, un inmigrante que llegó a España en los noventa, trabajó como pastelero en Fuengirola y desde este modesto  comienzo profesional montó un pequeño imperio empresarial sin dejar de ser miembro del partido comunista chino. Ya se ve que son gente emprendedora, que le tiene bien pillado el punto a este país de comisionistas. Los comunistas chinos están más cerca del poder en Madrid que los socialdemócratas españoles. Mientras doña Ayuso se repone del revolcón de días pasados para seguir al frente del tinglado madrileño, el rojerío local enfila resignadamente hacia la fiscalía para denunciar las mascarillas de la vergüenza.