El gobierno se está forrando con la subida del precio de la gasolina y el gas. Entiéndase bien, se están forrando don Sánchez, sus ministros y sus socios, antes bolivarianos, hoy putinescos, y los otros socios, que quieren romper España. Lo dice don Feijóo, el líder centrado y moderado que ha adoptado el pepé para que presida sus filas y que tiene que competir por el voto con la extrema derecha, a la que ya ha dado entrada en casa, y con doña Ayuso, resuelta a no perder su fuero de abanderada de la causa ni renunciar a sus ambiciones de reinado sobre la derecha española.
El centro es una línea virtual entre dos campos enfrentados y la moderación es un talante. Y la política no es geometría ni urbanidad: es fuerza, según estamos aprendiendo estos días. Don Feijóo necesita hacer músculo para no seguir la suerte de don Casado, que nunca consiguió convencer a los suyos de que fuera un líder lo bastante duro para ese empleo. El verbo forrarse, que ha utilizado don Feijóo contra el gobierno, tiene una doble función performativa: una, indica a sus oyentes adictos que la corrupción, cuyos efectos judiciales han amargado al partido conservador en los últimos años, es una práctica común de cualquier gobierno, así que no hay de qué avergonzarse, y dos, que es este gobierno el responsable de la subida vertiginosa del combustible, que ha echado a la calle los propietarios agrícolas y del transporte, las bases naturales de la derecha. Con un poco de suerte, don Putin derribará al gobierno socialcomunista de don Sánchez. Estamos en los albores de la segunda guerra fría, si es que no sube el mercurio lo bastante para fundir el hielo y convertir la situación en la tercera guerra caliente.
Don Feijóo, que es un virtuoso del orwelliano doublethink, ha proclamado también que apoya al gobierno de don Sánchez en la crisis de Ucrania dentro del marco de la ué y de la otan. La razón de este argumento versallesco es que tiene que resolver un feo malentendido con sus socios conservadores europeos a cuenta de la triunfal entrada de vox en el gobierno regional de Castilla y León. Al parecer, el malentendido ya está en vías de solución. La familia conservadora europea acudirá a la entronización de don Feijóo en el congreso de Sevilla, después de que este les haya convencido de que el acuerdo con vox no significa claudicación ideológica ni asunción de algunos (atentos a lo de algunos) postulados de la extrema derecha y que pueden confiar en que don Feijóo está en la línea de los principios que inspiran al pepé europeo. A los receptores del mensaje, que saben lo dura que es la vida, les ha faltado tiempo para aceptar las explicaciones.
Dejemos por un momento a don Feijóo y sus habilidades para subir y bajar en el mismo movimiento y centrémonos en dos protagonistas del sainete que nos ilustran sobre los forros de la derecha europea en esta tesitura. Don Mañueco, el hombre que ha abierto las puertas del gobierno a vox, ostenta un impecable pedigrí franquista al que no considera necesario renunciar. Don Mañueco está en su espacio natural y la presencia de voxianos en su junta de gobierno es apreciada como una compañía no ya legítima sino fraternal. Es verdad que por la dictadura de lo políticamente correcto, impuesta por el consenso progre, ha tenido que alegar que el acuerdo con sus hermanos de sangre fue necesario para no repetir las elecciones, en la que bien podría haber perdido la primogenitura de la derecha regional.
El interlocutor de don Mañueco al otro lado del hilo es don Donald Tusk, que en su cargo de presidente de los populares europeos, tuvo que hacer algún melindre cuando supo del acuerdo suscrito por su correligionario castellanoleonés, pero se ha dejado convencer fácilmente de las razones que le han dado sus colegas españoles porque él es polaco y sabe lo que es ser sorpassado por la extrema derecha. En fin, amiguitos, si estamos al borde de la tercera guerra mundial y hemos de fiarnos de la experiencia histórica, habremos de aceptar que nuestra derecha dizque liberal sea abducida por la extrema derecha, el neofascismo o como quiera llamarse.