(Escrito bajo el fragor, no de las bombas sino de los bocinazos de nuestros camioneros, resueltos a partirle el espinazo al gobierno)
¿Es usted europeo/a? Acaba de salir al mercado un test para responder a esta pregunta con precisión garantizada; la prueba se puede hacer en casa y tiene tres pasos muy fáciles: 1) consulte en google maps la distancia que hay entre su casa y los ríos Dnieper o Vístula; 2) consulte en internet el catálogo del armamento balístico ruso, y 3) cerciórese de que alguno de estos artefactos que aparecen en el catálogo puede recorrer la distancia entre los dos puntos mencionados en el paso 1) sin ser descubierto o interceptado. En caso de respuesta positiva, es usted un europeo premium oro.
Por ejemplo, la distancia entre Kiev y esta remota villa subpirenaica es de 3.274,6 kilómetros. Estos días la están recorriendo algunos civiles humanitarios por carretera y el viaje dura entre 36 y 48 horas, pero un invisible misil hipersónico ruso Kinzhal con carga nuclear puede recorrerla en menos de quince minutos regateando a los radares. Este es el tipo de cálculos que seguramente le encantan a don Pérez-Reverte. Así que Europa está en peligro y, con el característico modus operandi bruselense de montaña que pare un ratón, su portavoz, don Borrell, ya ha anunciado la creación de una fuerza militar conjunta de ¡cinco mil efectivos, banda de música incluida!
Europa es un mosaico en el que las teselas que le dan forma fueron imperios –al oeste, atlánticos y al este, continentales- en algún periodo histórico durante los últimos cinco siglos, que los historiadores llaman la edad moderna o de la ilustración. La competencia entre estos imperios les llevó a batallar incansablemente entre ellos, y en la traca final, el pasado siglo, culminaron la destrucción de su propio suelo en dos guerras de una ferocidad y crueldad inimaginables hasta dejar el continente en ruinas e inerme. La salida a esta crisis existencial fue una Europa ensimismada, pulquérrima, hilvanada con una madeja de protocolos de buena conducta, comercial, jurídica y cultural, destinada a mantener alejados los fantasmas del pasado. Así se explica el genuino horror que nos produce el surgimiento de voxianos de toda laya en nuestro jardín. Europa y su hijuela más aventajada, Estados Unidos, son sin duda los territorios que más violencia han producido en la historia moderna, para consumo doméstico y para la exportación al resto del planeta. Aquí le llamamos civilización pero en el resto del mundo lo ven de otra manera y, en esta época de identidades múltiples, casi todas las naciones del mundo tienen alguna cuenta que ajustar con Europa y su civilización. Putin ha abierto el pim pam pum en Ucrania y ya se han detectado réplicas en el mar de la China y en el norte de África.
Vale la pena examinar en detalle la composición del voto que condenó la invasión rusa de Ucrania en las nacionesunidas. Votaron a favor de la moción ciento cuarenta y un países y solo cuatro, además de Rusia, (Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea y Siria) votaron en contra, todos ellos por razones obvias. Otros treinta y cinco países se abstuvieron con un mensaje implícito pero claro: están en contra de la modificación de las fronteras de los países constituidos pero en el asunto de Ucrania la culpa de fondo la tiene eso que llamamos occidente. La población comprendida en los países que se abstuvieron es más o menos la mitad de la humanidad y en la nómina están China, India, Pakistán, Irán, Irak, casi toda África y cuatro países menores de la América hispana (Bolivia, Cuba, El Salvador y Nicaragua). Hubo una docena de países que hicieron novillos y, cucamente, no asistieron a la votación porque no querían evidenciar que sus sentimientos antioccidentales chocan con sus intereses inmediatos; entre ellos, Venezuela y Marruecos. Ambos necesitan a Estados Unidos, el primero para cambiar petróleo por respetabilidad y el segundo, por el apoyo de Washington a su política en el Sáhara occidental, de lo que algo sabemos en España.
Conclusión: don Borrell y quienes le han puesto en el cargo tendrán que muscular un poco más la diplomacia europea y menos lobos con un ejercitín de cinco mil soldados. Claro que este propósito topa con un obstáculo insalvable porque si hay algo que los europeos detesten más que luchar entre ellos es unirse en esa causa común que llamamos Europa.