En medio de la batalla de Pegasus, donde hemos descubierto que un secreto oficial puede ser más ruidoso que una traca valenciana, un titular de prensa: Yolanda Díaz propone acabar con el trabajo gratis de becarios y limitar su número según el tamaño de las empresas. Doña Díaz es una rara avis en este gallinero porque diríase que parece siempre ocupada en lo que preocupa a la gente como dicen rutinariamente los políticos en los mítines. Los becarios son los bachilleres del sistema productivo post moderno, y han de pasar ese trance antes de que estén suficientemente cualificados para acceder al estadio superior de trabajadores precarios.

El objetivo de la ministra es típicamente socialdemócrata porque aspira a integrar a la clase obrera en el aparato productivo capitalista en un tiempo en que el capital prefiere tener a sus trabajadores fuera de la vista y de cualquier responsabilidad de la empresa, ya sea externalizados, franquiciados, subrogados o perdidos en algún taller de Bangladesh. En este marco, los becarios son un adorno y una inversión muy barata: jóvenes, voluntariosos, preparados e indistinguibles a simple vista de los trabajadores veteranos, que ahí están con su pesada carga de cuotas a la seguridad social, quinquenios y demás grasa de la nómina.

Las cifras de empleo y de contratos indefinidos prueban que la política de doña Díaz funciona, pero a quién le importan las cifras cuando estamos en un circo de apariencias y emociones, un territorio al que está siendo empujada la ministra y que notoriamente no le gusta pero en el que tendrá que internarse cuando asuma el liderazgo de los podemitas, donde ya empiezan a pensar que quizá Yolanda no es la mejor opción posible. La ministra aún no ha iniciado lo que ella misma designa como proceso de escucha al buen pueblo para armar su liderazgo, la candidatura y el programa con el que habrá de competir en las próximas generales. Esta indecisión revela que la presunta audición de las necesidades del país es imposible en la algarabía reinante de la que no se puede esperar que amaine.

A don Pablo Iglesias, el gurú podemita, antes político y ahora mediático, ha dejado de gustarle doña Díaz, a la que propuso para dirigir el frente amplio o como quiera llamarse. Tilda a la ministra de berligueriana, término despectivo en su idiolecto, que alude a un compromiso histórico, que no es solo que sea inimaginable con la derecha sino en la izquierda misma. Dos ejemplos de estos días. Uno, la crisis atizada por el grupo confederal con su socio de gobierno a cuenta de Pegasus, en el que los podemitas no solo han pedido la dimisión de la ministra doña Robles sino que han sugerido que el presidente del gobierno opera bajo chantaje de Marruecos. Y dos, la imposible unidad de la izquierda del pesoe en Andalucía donde ya se da por supuesta la victoria de la derecha. Malos tiempos para la izquierda en general y la socialdemocracia en particular, que en Francia se ha resignado a ir en las listas de Melénchon, no sin una buena bronca interna. En fin, si de todo este lío los becarios consiguen que les paguen su trabajo, peix al cove, que decía el otro.